Septiembre
Mar Arias Couce
Llega septiembre, el mes del regreso a la normalidad. El fin de los días eternos y cálidos, de los baños de mar interminables y los reencuentros. Llega septiembre a Lanzarote con todo su peso y su sabor a rutina, a vuelta al cole. Los padres se preparan para el habitual desembolso anual en las librerías y los niños para el regreso a las clases, a las actividades extraescolares, a los deportes… Septiembre llega a la isla también con la promesa de música en las calles de la mano de Arrecife en vivo, y es para muchos un aliciente para enfrentar la pérdida del verano. Porque sí, admitámoslo, septiembre es eso, el final del verano, que no queremos que llegue, pero siempre lo hace.
Septiembre tiene en la isla también sabor a vino, a vendimia, y arrastra la promesa de que llegan para los lanzaroteños los mejores días del año, esos en los que el viento se para y las tardes se disfrutan doblemente.
Septiembre tiene cielos interminables y preserva las escapadas a las terrazas. Por tanto, septiembre también son noches en el Charco de San Ginés y baños en Playa Chica, en Papagayo y en Famara. Además, contiene este noveno mes del año la fiesta de los Dolores, con sus romeros que salen de cada rincón de la isla para subir a ver a su patrona, ataviados como mandan los cánones compartiendo por el camino roscas, y queso y vino.
En este mes, de pieles tostadas y pelo quemado por el sol, toca además ponerse a punto y cuidarse, y bajar los kilos adquiridos con las paellas, los ventorrillos, los asaderos y las cervecitas… esos excesos tan necesarios para el alma que el cuerpo los acepta porque son precisos para soltar carga. Septiembre llega cargado de promesas, de ir al gimnasio, de estudiar idiomas, de recuperar buenos hábitos, de ponerse a dieta… un poco como el mes de enero porque a los seres humanos las pequeñas interrupciones y desconexiones nos hacen querer ser mejores.
Llega además este mes pleno de contenido electoral porque los partidos se asoman ya al abismo de los próximos comicios y toca empezar a vender los programas y enfadarse con los socios con los que han llegado hasta aquí, de la mano y en armonía, pero es necesario romper y levar anclas para llegar a las urnas por separado. Luego ya se volverán a juntar, eso también es ley de vida.
Lo cierto a pesar de lo dicho, es que para mí septiembre era el último mes del verano hasta que hace más de dos décadas llegué a esta increíble isla y descubrí que octubre todavía mantenía el recuerdo de los días estivales. Y entonces perdió su carga melancólica y se convirtió en un mes especial, en un regalo inesperado. En septiembre, los lanzaroteños no queremos salir de nuestra isla, y digo nuestra porque la siento mía desde hace muchos años y tengo la sensación de que el sentimiento es mutuo, porque sabemos que en Lanzarote tenemos la suerte de tener veranos de cuatro meses. Veranos únicos. Veranos que llegan a su plenitud justo ahora, cuando todo el mundo se prepara para el invierno, en septiembre.