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Quitarse las gafas

Mar Arias Couce

 

Soy miope. No demasiado, pero lo soy. Lo soy desde hace un tiempo inmemorial, pero uso gafas sólo para ver la televisión, ir al cine o al teatro. Para el resto de las actividades de mi vida, tanto leer como escribir, actividades que podrían exigirlas, lo cierto es que estoy más cómoda sin ellas, probablemente por los años que no perdonan.


Tampoco me las pongo para salir. Supongo que debería, pero no lo hago. ¿Por qué? La verdad es que no tengo una respuesta muy lógica, pero lo cierto es que el mundo me parece más feo con las gafas puestas.


No hablo de un paisaje o un gatito que van a ser bonitos de cualquier manera. Pero la gente… la gente, las personas, están más guapas cuando las ves sin gafas. No se les ven los defectos, un grano, una arruga, el pelo sucio… tiene el inconveniente, eso sí, de que si te veo de lejos es muy probable que te salude sin tener ni idea de quién eres hasta que te vea de cerca (yo saludar, saludo siempre, pero se me ve en la cara el desconcierto absoluto, y al interlocutor no le queda duda de que no tengo ni idea de con quién hablo, eso también es verdad).


El otro día alguien me animaba a que me pusiera las gafas para salir a la calle, y yo le decía que sí, que sí, que ya si eso otro día, pero me daba por pensar que, que bueno sería que nos pudiéramos quitar las gafas para mirar a nuestro país, incluso a nuestra isla, para verla sin sus recurrentes defectos.


Podríamos ver una Lanzarote en la que los proyectos salieran adelante, y no se eternizaran por la aburrida rivalidad entre unos grupos políticos y otros. Veríamos una ciudadanía con viviendas suficientes para albergarnos a todos, sin tener que cabrear para ello a los grupos ecologistas, ni a la izquierda o la derecha, según sea quien saque el proyecto. Tendríamos Universidad, pabellón de deportes, recinto ferial, quesería y hasta Palacio de Congresos. Carreteras renovadas sin haber consumido nuevo territorio, una ciudad sanitaria adecuada para la población actual y se eliminarían las dolorosas listas de espera para acudir a un especialista.


Si pudiéramos ver Lanzarote sin esas hipotéticas gafas, no habría animales abandonados, ni basura acumulada en las calles que, además, estarían impolutas. No se producirían vertidos de aguas fecales en ninguna playa y todo el mundo tendría agua corriente todo el tiempo, ya fuera para ducharse, cocinar o regar el campo. Y los semáforos funcionarían.


Si nos pudiéramos quitar las gafas, Lanzarote reduciría sus problemas, la economía prosperaría y los ciudadanos tendrían sueldos dignos para afrontar la carestía vital. En definitiva, todo sería mejor porque los defectos, a fuerza de no verlos, desaparecerían... De verdad, si todo eso fuera posible, ¿no se quitarían ustedes las gafas? Pues eso.

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