Por el camino de las bananas
Por Álex Solar
Hace una semana emitían en televisión la película de Clint Eastwood sobre Nelson Mandela (Invictus) en la cual mostraban el espíritu de generosidad y concordia que demostró el líder sudafricano en el caso del equipo nacional de rugby. Era el símbolo de la supremacía blanca y los ganadores de esa revolución contra el apartheid querían tomar justa venganza (un oxímoron que pongo con ironía) humillándolos. Mandela, con sabiduría, se opuso y no solo eso, alentó a los jugadores para poner a Sudáfrica en un sitial que permitiera más tarde que el mundo admirara su gesto y que el desempeño deportivo de sus rugbystas les asegurara participar en eventos mundiales. Significativa es también la secuencia (que narro para los que no han visto este imprescindible drama basado en un libro de John Carlin) en la que Nelson Mandela recibe a los agentes de seguridad blancos del régimen anterior y les advierte que no habrá despidos ni represalias siempre que decidan trabajar con él de buena fe.
Esa noche me quedé reflexionando sobre la enorme humanidad de este gran político, que habiendo sufrido en sus carnes el odio y el confinamiento durante tres décadas en una espantosa prisión, fue capaz de de perdonar a sus enemigos y también apaciguar a los más radicales de entre los suyos. Su objetivo era, como el de todos los grandes estadistas de la Historia, el bien de su propia nación.
Qué distintos me parecen estos aspirantes a presidente del gobierno que tenemos en liza. No fueron capaces de articular alianzas y programas comunes antes de los comicios y ahora se nos presentan como los aglutinadores de la voluntad popular. Qué decir de la incalificable actitud del ganador de las elecciones, relegándose en una retirada que es más un intento de salvar la cara o los muebles, que una estrategia hábil o ajedrecística. O la del que ha propuesto el Rey para formar gobierno, entre la espada de sus posibles aliados de Podemos y la pared de sus barones y baronesas. Que como apunta un cronista político que admiro, no fenecen nunca, sobreviviendo a los gobiernos de su partido y devorando a sus hijos.
Dan un espectáculo lamentable, todos. Y mientras tanto, España, esa ecuación irresoluble, lleva los deberes sin hacer. La deuda pública está al 100% del PIB y si no pagamos, ya sabemos. Iremos al sitio donde pastan las repúblicas bananeras.