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Politica a la Baudrillard

 Por Álex Solar

 

“Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real” (Jorge Luis Borges)

 

Leo a menudo la columna de Arcadi Espada en “El Mundo”, y no porque esté de acuerdo con él en mucho de lo que dice, sino porque es un periodista que escribe muy bien y además es muy culto. Hace unas semanas, con motivo de la bofetada a Rajoy, decía que el presidente del gobierno tenía que haber sido proactivo en dos asuntos: uno de ellos era esta agresión, en la cual podía haberse personado como acusador, y la otra el ataque a la democracia que significa el intento secesionista en Cataluña. Y agregaba: “Dos puñetazos a la democracia que, a la Baudrillard, no han existido”. (“Puñetazos que no han tenido lugar”, El MUNDO, 20 de diciembre de 2015).

¿Qué quiso Espada decir con eso de “a la Baudrillard”? Este filósofo francés, uno de los más importantes gurús de la posmodernidad, sostiene en sus ensayos, algunos de ellos con títulos tan significativos como “La guerra del Golfo no ha ocurrido” (1991), que la realidad no existe, no en un sentido físico sino metafísico. La “realidad objetiva” cede paso a una realidad “integral”, vivimos en un simulacro permanente de la política, el arte y la vida, donde él ve “el principio del Mal”. La pasión por la verdad y hasta la voluntad se ha retirado y a causa de esa realidad ausente, surge la banalidad, su espejismo. En la política “pese a todos los rituales de interacción, participación, devolución, el poder no es soluble en el intercambio, y los dominados son demasiado astutos para tomar parte de él verdaderamente pues prefieren vivir a su sombra” (“El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal”, página162). El llamado pacto social dejaba en manos del Estado la soberanía ciudadana. Pues bien, de lo que el ciudadano se desembaraza es de “su propia parte enajenada”. Es decir confiamos a los políticos el poder “como antes se confiaba el dinero a los usureros y a los judíos”, dice Baudrillard, textualmente. Nos quejamos de que nos roben, pero la corrupción no es nunca un accidente sino algo inherente al ejercicio del poder que delegamos en ellos.


Los partidos, las elecciones, los pactos, el poder, son parte de este tinglado de la gran comedia, en ausencia de la realidad profunda. El capital, que es inmoral y sin escrúpulos, solo puede funcionar tras una superestructura moral y quien intenta regenerarlo no hace más que reforzarlo y bendecirlo. Así, la izquierda hace el trabajo de la derecha, sin complejos, y a veces la derecha el de la izquierda.

 

 

 

 

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