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  Pobreza de espíritu

 

 

Usoa Ibarra

 

La pobreza no puede ser tamizada, hay que mirarla de frente en toda su crudeza. Los eufemismos tampoco tienen cabida cuando la pobreza es estructural para muchas familias abocadas a las ayudas públicas generación tras generación. En este sentido, no puede ser más cierta la frase de que la pobreza llama a la pobreza.

 

En Lanzarote hay una masa población elevada viviendo y trabajando en la precariedad, pero además, hay que sumar a este perfil a muchos menos que presentan indicadores preocupantes: fracaso escolar, viviendas inapropiadas -se están habitando garajes- y dificultades para poder tener una dieta saludable. El grado de cohesión social de estas personas es muy bajo, pero aún peor es para aquellos que acaban sintiéndose miserables al ser despojados de autoestima y ambición personal. En este apartado estaríamos hablando de los marginados sociales.

 

Todas las instituciones saben que sus Servicios Sociales continúan desbordados, porque la demanda de ayuda se incrementa a medida que profundizamos en las consecuencias y efectos colaterales de la pandemia. A la necesidad económica hay que sumarle los problemas de salud mental que están concatenados a lo económico, y que suponen un gran hándicap para aquellos que los sufren, al retrasar la normalización de su día a día. Ya no sólo es que no puedan encontrar un trabajo, sino que no saben afrontar la vida. Es más que habitual que haya usuarios de “ida y vuelta” en los Servicios Sociales, porque es gente que prueba suerte en otros lugares, pero se ven  obligados a regresar -esta vez- sin los ahorros y con mayor desmotivación  por los intentos fallidos.

 

Contra la pobreza no valen las palabras, sino los recursos tanto económicos como humanos (estos últimos claves para poder garantizar la dignidad de los demandantes de ayuda). El trato humano amable y profesional es lo mínimo que se les puede ofrecer a estas personas tan desorientadas como desesperadas.

 

Sin embargo, no siempre uno se encuentra con esa empatía. Por ejemplo, en la Oficina de Empleo -donde se localizan el  Servicio Canario de Empleo y el SEPE- tienen por costumbre cerrar la puerta de entrada a las oficinas para que sólo puedan acceder las personas que son llamadas -una a una-por los trabajadores. Esta oficina -no olvidemos de carácter público- se ha convertido en un búnker de acceso restringido. Los propios trabajadores animan a los usuarios a poner reclamaciones ante la falta de la figura de un infomador-orientador que sirva de nexo de unión entre los trámites de oficina y las consultas -de carácter operativo- que puede tener el usuario. Por el contrario, los desplantes y las preguntas sin respuesta son las dos formas habituales de recibimiento de parte de su plantilla.

 

Hacer las cosas bien -ofreciendo una atención más empática y educada- no cuesta tanto, sin embargo, tras la pandemia parece que se ha impuesto la modalidad de mantener una distancia no sólo física con el ciudadano, sino también emocional, despojando de humanidad a servicios que requieren de mucha sensibilidad y paciencia.

 

 

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