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¡Ojo con el gorila!

Por Álex Solar 

 

 “Violar a un juez o a una anciana. ¿Cuál escogería entre los dos?”(El Gorila, Georges Brassens)

 

Mis padres, ambos profesores, tenían un teatro de títeres en Valparaíso cuando yo era niño. Era su hobby, y ellos mismos confeccionaban la ropa y las máscaras, con retales y papier maché. Yo, con cinco años, hacía las voces femeninas y las infantiles, pre grabadas en un magnetófono de cinta. Los libretos de la función corrían a cargo de mi padre, que adaptaba obritas satíricas de Moliére (El médico a palos) o alguna pieza anónima de la tradición medieval francesa, como La farsa del Licenciado Pathelin. No sé si eran o no muy recomendables para tiernos infantes, había muchos palos, engaños amorosos, estafas y gente pícara. Tal vez no eran un ejemplo edificante para nadie. Afortunadamente, nadie se quejó y mis progenitores no tuvieron jamás que dar explicaciones ni dieron con sus huesos en la cárcel.

 

Tampoco mi querido Georges Brassens, personaje ilustre de la poesía y la canción francesa. Por los años 50, ya no se recordaba su pasado de ladrón juvenil y podía mofarse alegremente y con un estilo inimitable, del poder encarnado en jueces, policías y militares. Todo el mundo de cierta edad conoce en España algunos de estos temas en la versión castellana de Paco Ibáñez. Por lo tanto, saben que este “hombre incorrecto”, que vivía en el barrio trece de París, “inmundo, borracho e infame” (según confesaba en una de sus canciones) detestaba la música militar y las manifestaciones patrióticas le “daban igual”. También cantaba que hubo una vez un juez que suspiraba porque se hacía mayor sin haber jamás visto “el ombligo de la mujer de un flic”(policía raso francés). Otro magistrado era sodomizado por un travieso y feroz gorila que jamás había conocido carnalmente a una mona. “¡Ojo con el gorila!”, repetía ululante Brassens en “Le gorille”. Y en Francia nunca pasó nada. Más bien, al artista libertario se le consagró como precioso patrimonio de su cultura.

 

La España del Siglo XXI no entiende que existen cosas como la libertad de expresión, que es un derecho que asiste a todos los ciudadanos y creadores, aunque sean unos humildes titiriteros. Los gorilas de la moral y el orden se la cogen con papel de fumar, campan a sus anchas en un país donde la impunidad reina, y envían a los corruptos a la calle y al trullo a los terroristas del guiñol.

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