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Muy satisfechos, sobre el papel

  • Francisco Pomares
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    Putin ha logrado, al menos, que algo se mueva en la opinión pública española: casi dos décadas después de las masivas manifestaciones contra la guerra de Irak, el país –los políticos, su agenda, los medios-   ha celebrado la cumbre de Madrid con aplausos y complicidad. Parece que nos hemos vuelto atlantistas, y no debiera sorprender: la guerra de Putin ha dejado perfectamente claro en qué bando debemos estar. En el de los que defienden el derecho de Ucrania a ser un país libre. Pero entre ese compromiso con los agredidos y la general satisfacción de todos por la cumbre y sus teóricos resultados, hay algo de impostado.

     

    Porque más allá de los editoriales vibrantes, encendidos o ‘ad hoc’, es difícil interpretar la cumbre como un avance en la europeización (vaya palabro) de la seguridad y defensa europea, más bien todo lo contrario. La cumbre se ha vendido en dos direcciones: una celebrando el entierro de la desconfianza estadounidense con España, colocando la lupa mediática sobre el reencuentro entre Sánchez y Biden. POTUS se ha reunido con Sánchez y ha colegueado con el rey Felipe. Pero su baile agarrado con doña Begoña no nos ha salido en absoluto gratis: Biden se lleva las llaves de Rota para aparcar las unidades que necesite meter allí de su flota, y de propina el compromiso ecopacifista de que España gastará el dos por ciento de su presupuesto –mismamente lo que gastan sus vecinos- en armarse. No es moco de pavo. La otra venta de la cumbre de Madrid –un “acontecimiento histórico”, antes incluso de que se conociera la letra menuda-  tiene que ver con ese nuevo concepto estratégico –el octavo-, y sus cuatro decisiones perfectamente obvias e inevitables: la primera, señalar a Rusia como la amenaza más directa y significativa para el bloque occidental, y advertir a China que la OTAN va a jugar sus cartas también en Asia. La segunda, que Finlandia y Suecia, prudentemente neutrales desde el fin de la Segunda y durante toda la Guerra Fría, vieron arder las barbas ucranianas y han renunciado a la indefinición a cambio de proteger sus fronteras bajo el paraguas nuclear. Una apuesta más que comprensible. La tercera, Biden la ha dejado clara:  no se permitirá a Rusia ganar esta guerra, Ucrania no es Siria. Pero… ¿Quiere eso decir que Rusia perderá frente a la tetosterona Zelensky? Ojalá, pero yo creo que no va a ocurrir eso, no exactamente. Es difícil que una potencia nuclear pierda una guerra contra otra potencia nuclear. La historia nos dice que lo más frecuente es que empaten. En realidad, todo lo previo conduce a la cuarta decisión: mientras Trump o los trumpistas no manden de nuevo, USA multiplicará su presencia militar en suelo europeo, organizará un ejército con 300.000 efectivos, dejando claro que la Unión, por mucho que España –y otros- dupliquen su gasto militar, no es capaz de defenderse sola. Europa es un bonito rompecabezas de conflictos y dependencias. Necesita que alguien la defienda.

     

    Eso y las imágenes de Boris Johnson curioseando por los salones del Prado, o del marido del primer ministro luxemburgués, es lo que ha dado de sí la cumbre. El resto, ruido de grillos: nada nuevo en el artículo 6 del Tratado, nada sobre Ceuta y Melilla, pero a Sánchez le dejan agarrarse a “la defensa de la integridad territorial de los países” y al juego de las declaraciones solemnes. Y del flanco Sur, lo esperado: una mención a las amenazas derivadas de la inquietante situación del Norte de África y el Sahel, pero ni un mísero compromiso. Y quizá sea mejor: cuando Occidente mete las narices en los avisperos del terrorismo y el subdesarrollo, lo que consigue siempre es empeorar las cosas. El balance de las intervenciones en Afganistán, Irak y Libia es catastrófico, pero hay muchos otros ejemplos: Líbano, Sudán, Yemen… y las aventuras francesas en Chad y Mali han acabado en abandono por puro cansancio. Si las cosas se ponen complicadas en el flanco Sur, siempre será mejor y más barato comprar al enemigo que intentar destruirlo. Y quien piense que los ejércitos y las armadas pueden contener la emigración sin enfangarse en matanzas, es que no ha entendido nada

     

    La cumbre deja espacio para que cada cual venda algún éxito a su público, que para eso son las cumbres, y de ese circo viven las democracias. Pero aquí lo que realmente gana no es la seguridad, sino la aceptación de un mundo cada vez más bipolar, un mundo más contagiado por pulsiones ultranacionalistas y autoritarias, que se prepara a seguir por la senda marcada por Putin. Esa senda es la del juego de la guerra y la destrucción, el juego de la política traspasando sus límites…

     

    Yo no estoy tan feliz como están otros por el resultado de esta cumbre histórica. Eso sí, constato que Biden sabe agarrar la cintura de una mujer. A pesar de sus años, sigue siendo un bailarín notable.

     

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