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Morir de éxito antes de tiempo


Por Francisco Pomares

 

 

Román Rodríguez no reconoce la paternidad del sondeo publicado estos días por varios medios regionales, que coloca a Nueva Canarias como único de los partidos preexistentes en Canarias que crece en estas elecciones. Curiosamente, los resultados del sondeo coinciden punto con punto con las propias previsiones de Rodríguez, que –sólo un par de semanas antes de que el sondeo se hiciera público- explicaba que tampoco es bueno ofrecer la imagen de que Nueva Canarias puede crecer más de la cuenta, y quedarse luego a las puertas de ese crecimiento.

 

Lo cierto es que Nueva Canarias –lo dice el sondeo que no encargaron ellos y también los otros que tampoco encargaron- puede llegar a convertirse en el fenómeno electoral de estas elecciones en Canarias, compitiendo con Podemos y Ciudadanos, las otras dos formaciones políticas que probablemente irrumpirán con fuerza en el panorama político de las islas. Para lograr ese éxito, la formación política que lidera Rodríguez, además de presentar a Antonio Morales al Cabildo de Gran Canaria (esa es hoy su mejor baza electoral), ha realizado un curioso experimento político de captación masiva de grupos y –sobre todo- de personalidades ajenas, muchas de ellas vinculadas hasta ayer mismo a otros partidos políticos. Esa tendencia ha resultado especialmente agresiva en Gran Canaria, dónde Nueva Canarias ha acabado por desmontar –con la entusiasta ayuda de Paulino Rivero- los restos de Coalición, logrando la captación del alcalde coalicionero de Guía, Pedro Rodríguez, que se ha incorporado a la operación política de Román integrando con Nueva Canarias el grupo Juntos por Guía. El suma y sigue de fichajes en todas las islas es tan intenso e indiscriminado, que hay quien se anuncia públicamente como candidato de Nueva Canarias sin serlo, y ni el propio Rodríguez es capaz de desmentir si Inés Rojas, por ejemplo, irá o no en las listas de su partido de Lanzarote. Lo de Nueva Canarias se parece cada vez más a una melé al estilo Podemos, pero con menos votos.

 

De todas formas, no es la primera vez que Rodríguez intenta superar por cualquier procedimiento la esperpéntica barrera del seis por ciento regional, con la que los tres grandes partidos intentaron blindar su hegemonía en la política canaria. Antes de abrir sus puertas a todo el que quiera incorporarse, sin importar ni su procedencia ni su pedigrí, Rodríguez ya pactó en el pasado su concurrencia electoral con el partido de Nacho González y con el PIL, dos grupos políticos cuando menos caracterizados por una pureza ideológica cuestionable. En ambos casos, esos pactos no lograron los resultados esperados, y de hecho crearon problemas internos en Nueva Canarias.

 

Román Rodríguez debería moderar la política de fichajes externos y ocuparse más de lo que ocurre hoy en su propio partido. Su liderazgo personal en Nueva Canarias no está hoy demasiado cuestionado, pero si el más estricto Antonio Morales logra hacerse con la presidencia del Cabildo grancanario, la hipótesis de una incómoda bicefalia cobrará mucha más fuerza. Por distintos motivos, pero sobre todo por su entrega a Paulino Rivero y su política de destrucción de Coalición Canaria en Gran Canaria, Román Rodríguez se ha convertido en el principal obstáculo para un entendimiento de los nacionalistas. Y esa no es una buena carta de recomendación para los tiempos que vienen.

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