Modelo de país
Decir que no veo prácticamente Television es sin duda un exceso. En realidad ya no la veo en absoluto. No sé ni cómo sintonizarla. Veo mucho cine en la tele y algunas series. No puedo, pues decirles que programa me gusta más, si el de Pablo Motos o el de David Broncano, porque no tengo ni la más remota idea de si me gustan o no me gustan. No los veo. Ni siquiera se cuánto tiempo lleva el señor Broncano haciendo tele en la tele pública, ni vi jamás ni uno solo de sus programas en la tele privada. Se que resulta un poco extraño, quizá incluso increíble, pero cuando digo que no veo la tele les cuento la verdad. Ni veo los informativos, ni el fútbol (me interesa aún menos que la tele) ni los programas de humor, ni las campanadas de media noche del día 31 de diciembre. Tampoco escucho mucha radio, aunque eso no debería decirlo, porque trabajo para una. Yo me informo (poco) leyendo prensa, tres periódicos nacionales y dos locales, y alguna vez algún díario internacional de esos que se dejan traducir automáticamente, porque mi inglés es muy chapucero, y eso solo si se lo juzga con generosidad.
Como periodista soy básicamente un bicho raro, y como persona preocupada por lo que pasa un tipo lleno de prejuicios que huye como de la peste de lo que hoy la gente entiende como información. Las redes me aburren lo inimaginable, y las uso casi exclusivamente para colgar esta tira. La última vez que escribí un tuit o conteste un comentario fue hace más de un año, a un hater que me acusó de tener pinta de pederasta. Le pedí que me describiera que pinta es la que tienen los pederastas. Me dijo que la misma que yo. Me reí.
En fin, que soy así de raro. Y además me parece bien serlo.
Pero que yo no vea la tele, escuche solo casual o incidentalmente la radio y además no me interese el ruido de las redes, no significa que no me preocupe lo que la tele o la radio o las redes contribuyen a deteriorar el debate público. Me preocupa mucho, y cada vez me preocupa más. Creo que los medios actuales colaboran de forma entusiasta (unos más que otros, desde luego) en mediocrizar (perdón por el palabrejo) el discurso público.
Y sobre eso sí tengo una opinión cada día más crítica y apesadumbrada: creo que la función y objetivo del debate público debiera ser construir ideas aceptables por la mayoría, hacer pedagogía de la convivencia y articular consensos sociales. Los medios de comunicación sirvieron alguna vez para eso. Durante la Transición, por ejemplo.
Hoy más bien trabajan para lo contrario. Y un ejemplo más que evidente es el combate organizado entre David Broncano y Pablo Motos por el seguimiento de las audiencias. Insisto que no he visto sus programas ni voy a hacerlo, porque creo que se trata de formatos de información tratada superficialmente, servida como entretenimiento y valorada exclusivamente en función de su capacidad para atraer audiencia. Y lo siento, pero no me motiva nada.
Pero por lo que leo, siento que el país se ha dividido entre partidarios y detractores de ambos. Ya somos de Broncano o de Motos como antes éramos del Madrid o el Barsa. Irreconciliablemente. Parece que da igual lo que hagan o digan, la gente que lleven a sus programas, los asuntos de los que se ocupen o si usted prefiere las hormigas al bombo. Aquí de lo que se trata es de que ver a Broncano es ser de izquierdas y seguir a Motos es ser de derechas, y si usted es de izquierdas debe estar con Broncano y si es de derechas con Motos.
Alguien se empeñó en importar también a esa franja horaria su modelo de país, basado en la guerra y la confrontación permanente. Llevarla también a los programas de variedades de la tele nos ha costado una pequeña fortuna, pero lo que se pretendía se ha logrado: nadie se atreve a diagnosticar cómo ha ocurrido pero Broncano ha conseguido colocarse por delante de Motos, sin que Motos perdiera su público tradicional, un milagro de multiplicación de los panes, los peces y los espectadores, digno de haber sido realizado por José Félix Tezanos.
El pulso por la audiencia de estos dos ha logrado dividir y enfrenar a la gente también en esto. La verdad es que esta creciente tendencia a valorar cualquier cosa como si se tratara de un partido de fútbol, en el que alguien debe ganar y alguien perder, es muy poco estimulante desde un punto de vista intelectual. Pero es lo que hay: parece que -de momento- Broncano gana, sin que Motos pierda.
A mi me recuerda mucho lo que ocurre en las elecciones, que nunca pierde nadie, y donde da igual lo que digan o propongan los partidos, porque lo importante y decisorio es cuánto los detestamos, y si eso será suficiente para votar al otro.
Este es el modelo de país al que se refieren los que nos mandan: un país invivible, fracturado y que se odia como deporte, a conciencia.