Me aburre, nos aburren
Mar Arias Couce
Tic, tac, tic, tac… el reloj avanza imparable hacia el próximo mes de mayo… o lo que es lo mismo, hacia las urnas. Y no se puede decir que no lo estemos empezando a notar. Comienzan a aflorar las promesas, a alejarse las posturas de unos y otros partidos, hasta hace nada tal vez demasiado cercanas y empiezan las batallas de echar porquería al contrincante. Nada nuevo bajo el sol. Se inicia la larga campaña electoral de cada cuatro años.
En Lanzarote no somos una excepción, lo que sí es una excepción es que aquí siempre tengamos los mismos debates porque las cosas jamás se solucionan. Se prometen, se pintan en los papeles… y no se hacen, salvo muy escasas excepciones. (Me aburro).
Todos los años nos llevamos las manos a la cabeza por las mismas inundaciones en los mismos sitios, cada año despotricamos contra las carreteras y pedimos un hospital más grande. (Me aburro).
Lo dicho, nada nuevo. Pero, en este constante bajar y subir de la montaña de Sísifo, en nuestro particular Día de la Marmota eterno, que ya he comentado muchas veces, se nos van cayendo a cachos las cosas. “Que, si tú no lo hiciste”, “Que, si tú, tampoco”, “Que, si no se puede hacer porque el proyecto no me gusta” … En estas estábamos cuando surgió en el discurso político lo de la plaza de Las Palmas, vamos la plaza de la Iglesia de San Ginés. Un culebrón digno de las astracanadas que nos marcamos en la isla. No se arregla, según unos por la desidia de los otros, según los otros porque los unos no hacen más que tocar los (…) y no permiten hacer cambios fundamentales. Unos arremeten, otros contestan con más virulencia… (Insisto es muy aburrido).
En resumen, como siempre, es que entre todos la mataron y ella sola se murió.
La única evidencia en este vodevil de tres al cuarto, al que nos tienen sometidos y, desgraciadamente, estamos acostumbrados, es que la plaza se está cayendo a trocitos, y uno de los rincones más bonitos de la ciudad, y con más historia e intrahistoria, que a veces es más importante, se está perdiendo.
Todo no puede ser una disputa. De verdad que no. Hay que aprender del resto de las islas, del resto del país, que, aunque no se toleren, se dan la mano para avanzar. Y si no pueden aprender, mándense a mudar y dejen a otros, que sepan, que sean receptivos y, sobre todo, a otros a los que les importe por encima de todo, de las siglas, de los egos, de las luchas internas, la isla. Eso es lo único que importa. O, al menos, lo único que nos debería importar a la hora de ir a votar. Todo lo demás, sus odios personales, de verdad, que nos aburren.