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Los otros

 

Por Guillermo Uruñuela

 

 

Tenían diferentes rostros y cada cual su historia particular. Se llamaban Lorenzo, Charly, Chus, algunos de ellos, otros no los recuerdo. Vidas dispares en un mismo mundo, pero todas ellas contaban con muchos puntos en común. De hecho, en más de una ocasión tuve la sensación de que ya conocía a estos tipos incluso antes de conocerlos. Estoy hablando de esas figuras presentes en la esfera de la pelota que uno no sabe bien cuál es su cargo oficial dentro del club en cuestión, pero que a su vez ese cometido que desempeñan es vital para que funcione bien el engranaje de un equipo.

 

Me los he topado en todas las escuadras en las que he militado. Unos eran delegados, otros utilleros, alguno simplemente estaba allí antes que nadie e iban quemando temporadas, una tras otra, recibiendo y despidiendo jugadores, entrenadores e incluso presidentes, pero ellos siempre permanecían.

 

Cuando un futbolista llegaba nuevo siempre era recibido por el presidente o el director deportivo para la negociación económica, la firma del contrato y la foto correspondiente de presentación y ellos, los otros, nunca estaban. Luego, cuando se apagaban las luces, en el día a día, te dabas cuenta, o quizá eso ocurre cuando vas madurando y entendiendo un poco más este deporte o quizá la vida, de que esas personas son las que te salvaban el culo cuando la cosa se apretaba. Las que encontraban una venda, fabricaban rudimentariamente una espinillera cuando la ocasión lo merecía o te acercaban un café antes del partido, conseguían una bolsa de hielo en el desierto cuando el tobillo se inflamaba o entraban de noche en el campo para recoger algo olvidado y necesario.

 

Cuando eres joven no le das mucha importancia a estos tipos, que en el fondo, como comenté, pueden cambiar de aspecto o de nombre, pero siempre son el mismo. Esos que el domingo estaban desde las siete de la mañana en el campo controlando que todo estuviese en orden mientras le daban un lingotazo a un carajillo o fumaban a escondidas en el cuarto de la lavandería. Horas más tarde, llegabas tú creyéndote el importante, el protagonista de la película, cuando en realidad sólo eras un actor secundario que estaba allí de paso hasta que no acertabas con la portería y no te renovaban o hasta que anotabas más de la cuenta y volabas. Ellos, independientemente de lo que ocurriera, ahí seguían y estoy seguro que ahí siguen.

 

Con la cara chupada, un aspecto desaliñado y exprimiendo los pitillos hasta la última calada, hacen que el fútbol modesto tenga algún sentido. Sin ellos, sería otras cosa y por eso ahora ya retirado, me da rabia no haberme dado cuenta antes de que hubiese sido mucho más acertado confiar en estos caballeros que vestían con un chándal roído  antes que en alguno que sonreía para la foto, con su chaqueta y corbata, porque cuando venían las cosas mal dadas se apreciaba claramente quién daba un paso al frente y quién huía como lo que era.

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