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Lo que pasa en un playback, queda en un playback

Andrés Martinón

 

 

 

Hace ya unas fechas fui al playback de las fiestas de Famara. Me puse a ver la actuación de los más pequeños y de los no tan pequeños. Muy divertido. Sobre todo, por el ánimo que le ponía todo el mundo para que la gente se lo pasara bien. No soy caletero de pro, pero Lanzarote no es tan grande, por lo que me dio para saludar y hablar con gente que hacía tiempo que no veía. En un momento de distracción me dio por mirar a los espectadores y me llamó la atención la figura de un hombre de edad madura. Tenía un pelazo canoso, ya casi blanco, unas gafas de montura negra gruesa y una vestimenta ‘casual’ pero elegante, un estilo que contrasta con las bermudas, cholas y jersey con capucha de los locales.

 

Cuando pude ver su rostro me percaté de que el señor en cuestión era el actor Ernesto Alterio, todo un referente de la actuación española, sobre todo, de alta comedia. Pero lo que más me llamó la atención fueron dos cosas principalmente: la primera, que Alterio prestaba especial atención a las actuaciones; las comentaba con los amigos que supongo lo llevaron a las fiestas de Famara. Se veía que se lo pasaba bien. La segunda cuestión es que nadie se le acercó. Nadie le molestó ni le pidió una foto. Ninguna señora de avanzada le dijo “Qué guapo eres” o “Estás muy flaco”.

 

Vamos a analizar estos dos puntos de forma separada.

 

En cuanto al primero, que Alterio parecía disfrutar de un playback con las limitaciones propias del amateurismo de pueblo, que tanto practicamos en nuestra tierra. Pero yo creo que a él lo que le gustaba, igual me equivoco, es la sensación de vivir una fiesta popular auténtica; integrarse entre la población local y disfrutar de algo propio. Es lo que se llama ahora turismo de experiencias, una incursión en la forma de vivir de donde viajas para, sobre todo, alejarse de los resorts y del típico hotel o restaurante que podrías encontrarte en cualquier parte del mundo.

 

Y la segunda cuestión, la de que nadie se le acercó ni lo molestó, me hizo pensar y analizarlo. Y es que creo que la gente de Lanzarote no es entrometida, ni maleducada ni siquiera curiosa ante este tipo de visitas. Me comentaba una compañera de Fuerteventura que en su isla la gente es, como más novelera. Hecho que ocurre más con la gente de Las Palmas, que no pueden parar de hablar y si ven a algún famoso tienen que decirle algo o hacerse una foto con ellos. Quizás esta sea unas de las razones por las que famosos o ‘celibrities’, que dicen ahora, deciden venir a Lanzarote o incluso comprarse una propiedad.

 

Luego también tenemos la desventaja de nuestra ignorancia que se convierte en virtud. Es decir, que no saber quién es quién puede evitar acosos. Siempre me acuerdo el día que estando en la terraza del Casino se sentó en la mesa de al lado el actor Alberto San Juan. El hombre se había pedido una cerveza con un amigo, pero minutos después llegó uno de los educados conserjes de esta sociedad y le indicó que no era socio del club. San Juan preguntó si debía marcharse y el trabajador le instó a que se terminara su cerveza y que abandonara tranquilamente el lugar. Cuando se marchó el actor, le pregunté al conserje si sabía quién era el señor al que le había invitado gentilmente a abandonar. Me dijo que no lo conocía. Y añadió “Es que le vi una pinta de matao”.

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