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Las ovejas son de donde pacen

 

Mar Arias

 

Yo, que era de esas personas felices achicharrándose al sol con los 40 grados de media de los veranos de infancia en ‘mis tierras’ (ya he dicho siempre que tengo tres: Cáceres, Murcia, y ahora Lanzarote), me descubro pasando un mal rato cuando los termómetros pasan de 30 grados. Es lo que tiene acostumbrarse a este tiempo que tenemos en la isla, con veranos moderados y con un ventilador particular que no permite que pasemos sofocos. Y que, además, cuando en el resto del país empieza a meterse el otoño, nos reserva lo mejor de lo mejor, los meses de septiembre y octubre, un auténtico placer en la isla, sólo para iniciados.

 

Esto me lleva a lo que yo siempre he asegurado: la oveja es de donde pace, no de donde nace. Para empezar, yo nací en Cartagena, pero a los 5 añitos ya estaba en la ciudad monumental extremeña que me vio crecer. Por tanto, soy de allí, soy cacereña. Pero por mucho que me haya criado bajo el yugo de sus rigores climáticos (no se puede olvidar que Extremadura es extrema y dura en todo, sobre todo en lo que a la meteorología se refiere), llevo en Lanzarote 25 años. Ya estoy hecha a mi tercera tierra, en la que más años he vivido.

 

Yo ya no sé nada de primaveras, ni de otoños; se me han olvidado casi las lluvias, salvo cuando llueve en Arrecife porque esas valen por veinte de las normales; no conozco estíos de más de 40 grados durante semanas, sin tregua, ni una ligera brisa. A estas alturas, más bien sé de calimas, de vientos alisios, que están del norte o están del este y que nos llegan directos de la vecina África…

 

Es más, aquí la que suscribe se hacía todas las Navidades, Semanas Santas y veranos, el recorrido en carreteras secundarias (que ya vamos teniendo una edad) desde Cáceres a Cartagena, para ver a sus abuelos y al resto de la familia materna. Catorce horas en un 124 con la ventanilla abierta de par en par y sin una queja, y ahora, subir a Haría me parece una eternidad. “¿Pero cuánto falta?”, dice mi yo actual cada vez que vamos al norte que está a una escasa media hora de viaje. Lo dicho, se es donde uno pace. Y yo ya llevo muchos años paciendo por aquí.

 

Hay cosas que se quedan, claro. Pero ahí está la gracia, la de quedarnos con todo lo bueno que tiene este país, y no sólo cuando la selección española nos hace sacar las banderas y enorgullecernos de ser españoles. Nada mejor que combinar, sancochos, con paellas, gazpachos con caldos de pescado, costillas con piña, con pescaíto frito y viejas sancochadas, papas arrugadas con salmorejo… Eso sí, todo eso, a la sombrita y después de un buen baño en Playa Chica, Papagayo o en Famara.

 

Pues eso, espero que disfruten ustedes de los rigores de agosto que, como sabemos los que ‘pacemos’ aquí, en Lanzarote, se llevan mejor que en ningún otro sitio.

 

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