Las cuentas de Olivera
Francisco Pomares
El ministro Escrivá reanunció anteayer la subvención de 50 millones de euros para la atención de menores migrantes, para lo que se desplazó a Canarias a firmar un convenio con Ángel Víctor Torres. Fue otro paripé en tiempos de secano. La supuesta subvención es el dinero previsto en los Presupuestos Generales del Estado de 2022, que sorprendentemente- se firma a finales de este año, y además desaparece misteriosamente del presupuesto del año próximo. Hace falta tener jeta para vender como una generosa dádiva mesetaria lo que no es otra cosa que un renuncio del Gobierno nacional, otra desatención de sus compromisos con Canarias: los 50 kilos que se incorporaron al presupuesto 2022 se volatilizan para el año que viene, y es de suponer que ocurre así porque el Gobierno de la Nación considera –o eso nos dice el ocurrente Escrivá- que la emigración ya no es un problema en las islas. Ya no hace falta entregar a Canarias los recursos con los que atender a los menores emigrantes, porque entre el ministro Escrivá y la consejera Santana han resuelto el problema… pero no es sólo algo que ocurra en emigración: otras partidas claves, como la que tiene que ver con el Plan contra la pobreza en Canarias, ha sido mermada en un 20 por ciento, sin que ni Román Rodríguez –defensor de esa partida en su etapa como opositor- ni el presidente Torres, hayan dicho ni pío.
Para ser sinceros, el descaro de la puesta en escena del Gobierno de Canarias con los Presupuestos del Estado clama al cielo, pero ya no debería sorprendernos: Sánchez se pasa sus compromisos por el refajo y el REF directamente por la entrepierna. Canarias recibe dos euros con noventa céntimos de cada cien de la inversión regionalizada del Estado, una cantidad que coloca a las islas como la quinta comunidad por la cola, en el reparto del dinero que reciben las regiones españolas. Pero eso tiene truco, porque las otras cuatro regiones tienen menos población que las islas, lo que sitúa a Canarias como la que menos recursos recibe en relación a su población. Los 2,9 euros de cada cien que llegan de Madrid -un total de 391 millones- se reducen aún más si se incluyen las inversiones no regionalizables del Estado, que suman 11.900 millones de los que Canarias no ve un solo euro. Si el cálculo de lo que nos llega se realiza sumando la inversión por regiones con la que no puede ser regionalizada, a Canarias le tocan un euro y medio de cada cien, cuando deberíamos rondar como mínimo alrededor de cuatro euros de cada cien. Una miseria.
Vale, a Sánchez no le queda otra: tiene que premiar a sus socios catalanes. Pero lo que realmente resulta oprobioso es que aquí en Canarias encima les bailemos con agradecimiento el desdén: el economista de cámara del presidente Torres, Antonio Olivera, ha tenido el descaro de asegurar que Canarias recibe un total de 9.685 millones en los presupuestos del 2023. Dice que está muy contento por eso, porque nunca nos han dado más pasta, y uno se pregunta de dónde saca sus cuentas el señor Olivera, ya saben, el hombre que pagaba reuniones de trabajo con cubiertos a quinientos euros durante la pandemia: Olivera hace sus cuentas como el Gran Capitán, pero al revés, y suma al dinero que nos llega los 500 millones de la revalorización de las pensiones, la mejora de las prestaciones por paro, el Ingreso Mínimo Vital, las becas y las ayudas a la Dependencia.
El hombre suma en sus cuentas hasta el último euro que llega: las transferencias por Educación y Sanidad, las cantidades pendientes de abonar por la sentencia de carreteras, y hasta el IRPF que se recauda en Canarias -cerca de 3.000 millones- y que parece que fuera un regalo del Gobierno de la nación. Si Olivera hiciera las mismas cuentas con lo que se embolsa Cataluña, íbamos a salir mucho peor parados. Y encima nos regaña por fijarnos en las partidas nominadas, es decir en las que pueden identificarse.
Las cuentas de Olivera son pura tinta de calamar. O quizá este hombre lleva mal lo de sumar: cuando era director del Servicio Canario de Salud y tuvo que sumar lo que costaban un millón de mascarillas le salió redondo: cuatro millones de euros, a cuatro euros cada una. Aunque hay que reconocer que era una suma con muchos ceros seguidos, y esas son mucho más fáciles de hacer.