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La vida imaginada

Mar Arias Couce

 

 

Hace poco las redes sociales me recordaban una foto mía subida hace tiempo de cuando tenía unos 17 años. Recuerdo como si fuera ayer el día en que se tomó esa foto. Me la hizo uno de mis tíos, que nunca más me sacó otra porque falleció de manera prematura e inesperada, en la terraza de su casa de verano, en Benicasim. Por aquella época yo, que seguía de cerca todo lo que hacía el cartagenero Arturo Pérez Reverte, quería ser corresponsal de guerra. Estaba en primero de carrera y, años más tarde, no demasiados, sería el propio Reverte el que me recomendaría que me quitara tal cosa de la cabeza. “Si te gusta escribir, escribe libros”. Eso fue lo que me dijo entonces. “Es lo mejor que he hecho yo. Nunca he sido tan feliz como ahora”.

 

Me dio por pensar, al mirar la foto, si mi vida es ahora tal y como yo me la había imaginado entonces. Y lo cierto es que no lo es, en parte porque tengo una imaginación un poco exagerada y a lo largo de los años imaginé que iba a ser, además de corresponsal de guerra, veterinaria o médico en África (no soporto ver a nadie pasarlo mal), profesora (la paciencia no es mi fuerte), cantante (canto fatal, pero en la ducha no me escuchaba nadie), actriz (más de un Óscar he recogido, también en la ducha, y sin abofetear a nadie), misionera en África (estudié en un colegio de monjas y lo encontraba de lo más emocionante, pero me dan mucho asco los insectos, así que tampoco. Lo de África era recurrente, al parecer) y equilibrista o acróbata (poco puedo comentar de esto). Todo lo que imaginaba se salía de lo normal, porque en ninguna de las situaciones en que me veía era alguien convencional, para bien o para mal. Supongo que desde siempre me aterraba la monotonía. Esa cotidianeidad que, en muchos casos, se aferra tanto a la gente que apaga su luz y las vuelve grises. La temida monotonía. Y una guerra, era de todo menos cotidiana. No pensaba, claro, en el horror, en la pérdida, en el dolor, ni en la muerte. No pensaba en la realidad de una guerra, el infierno, sin ir más lejos, que ahora están viviendo los pobres ucranianos y que me duele y enfurece ver a diario en las portadas.

 

Lo cierto es que, con el paso del tiempo, han sido tantos los sustos que me ha tocado vivir (a mí y a toda mi generación), los disgustos, las crisis financieras, el desempleo, los fallecimientos de seres queridos, el miedo por los hijos y también por los padres, hasta llegar a una pandemia mundial, que me da por pensar que estaba equivocada. La vida no era eso. No era ser diferente, ni importante. Igual la gracia de la vida es conseguir ser feliz con las cartas que te han tocado. Lograr disfrutar de cada momento bueno y superar los malos. Reír a carcajadas con los amigos y guardar esas escenas en un cajón de la memoria al que siempre se pueda recurrir, sobre todo en los días malos. Puede que la vida sea dedicarle a todo el mundo una sonrisa, porque no cuesta nada y es mucho más agradable ver a alguien contento que cabreado con el mundo. Igual hay que aprender a ser feliz sin demasiado.

 

La comunidad china tiene un dicho para aquellos a los que no quieren bien “Ojalá te toque vivir en tiempos interesantes”, es decir guerras, catástrofes naturales, dictaduras, conflictos… todo lo malo. Han demostrado mucha sabiduría, sin lugar a duda. Ni en la más loca de mis ensoñaciones, me podría haber yo imaginado todo lo que me ha pasado desde que me sacaron aquella foto. Y, con todo lo malo, no lo cambiaría. Somos nuestros recuerdos, nuestros aciertos y nuestros errores. Eso sí, a poder ser, espero que nos toque vivir tiempos algo menos interesantes…

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