La regla de oro
Por Álex Solar
El filósofo judío Ernst Tugendhat ha dedicado parte de su vida a los asuntos relacionados con la ética y la moral. Exiliado de su Checoslovaquia natal, se refugió en Suiza y luego en Venezuela. Regresó posteriormente a Europa, donde fue discípulo de Heidegger y catedrático en las más importantes universidades alemanas. Su desilusión ante la sociedad y la educación en Alemania lo llevó a seguir enseñando en varios centros universitarios europeos y latinoamericanos.
En su libro “Ética y política”, colección de artículos y discursos pronunciados sobre temas como el pacifismo, la eutanasia, el racismo o el derecho al asilo, relata una anécdota que ha venido a mi memoria con motivo de la conmoción creada en la opinión pública y los medios ante la oleada de migraciones hacia Alemania como destino final. Tugendhat había pronunciado un discurso contra la repatriación de libaneses en una iglesia de Berlín, en un acto de protesta en 1987 y por aquella época acudía a la consulta de un dentista judío. “Sabía que él era bastante conservador en materia de política, pero apreciaba no obstante su trato agradable y delicado, que me pareció característicamente judío…Un buen día , tras haber leído algo sobre mí, me complicó súbitamente en una conversación sobre los refugiados. Según su opinión estos eran gentes sucias, criminales y codiciosas. Le rogué que interrumpiera definitivamente la conversación, pues nunca podríamos llegar a un acuerdo sobre el tema. Pero él persistía. Tomó de un cajón un artículo del diario Das Bild y me lo pasó a continuación. Perdí completamente los estribos y comencé a gritar: “¿Cómo puede usted, siendo judío…?”.Al día siguiente, su dentista lo llamó, había tenido un infarto y no podría atenderle en lo sucesivo. El filósofo se quedó cavilando sobre cuánto se puede llegar a odiar, y aunque no existiera una conexión causal entre la enfermedad del dentista y su fobia, deseó que así fuera. Cansado de darse de cabezazos contra la pared, abandonó su activismo público a favor del derecho de asilo y contra la xenofobia. Contra lo irracional no hay filosofía que valga.
Existe una regla de oro muy antigua, dice Tugendhat y es “no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero como los derechos humanos benefician a las minorías, a los más débiles o a los disidentes, resulta fácil al poder o a las “mayorías silenciosas” menospreciarlos con cualquier pretexto.