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La ola silenciada

Francisco Pomares

 

Anda entretenido el personal (el personal sanitario, especialmente) decidiendo si esta ola de Covid que nos invade es la séptima, la octava o la ‘ola siete y media’, y no es coña. La ola de enero fue la sexta, y hubo otra en abril más corta (duró menos) y menos intensa (tuvo menos contagios), pero a la se llegó a calificar como la séptima ola, aunque no se le presto demasiada atención. Ahora que ha llegado esta, metiendo presión y miedo, hay quien cree que debería considerarse la que antes era séptima como no existente, y si no, a esta como la séptima y media. También hay quien propone que se la califique como ‘ola silenciosa’, ya que es prácticamente imposible saber el número de contagiados o afectados, porque ya no se realiza una medición exhaustiva, y los cuadros graves que se producen son menos que antes de que la gente se vacunara. En realidad, esta ola, más que silenciosa –teniendo en cuenta que sigue fulminando gente a cascoporro, miles de personas desde que empezó, debería ser bautizada como la ‘ola silenciada’. Desde que el Ministerio decretó el fin de las restricciones y la Sanidad regional dejó de contar los casos, aquí no hay forma de saber realmente lo que pasa. Apenas el goteo de informaciones tristes en los periódicos: “seis muertos en Canarias este fin de semana”, “cinco fallecidos en los cuatro últimos días”, “dos muertos ayer” y así suma y sigue. Pero no hay forma de hacer la cuenta completa de los fallecidos, sin ponerse a buscarla, y mejor dar por perdida cualquier posibilidad de contar los casos leves, que ya ni se diagnostican, ni suponen necesariamente baja laboral.

 

Sabemos que la mayoría de los nuevos infectados lo son por dos variantes (sublinajes, se les llama ahora) de ómicron, concretamente el BA4 y el BA5, capaces de contagiar a cualquiera que no las haya pillado previamente. Es decir, que pueden enfermar incluso a personas que previamente hubieran pasado ómicron en alguna de sus otras variantes, y por eso hay tantos casos de gente infectada este invierno pasado que vuelve a infectarse. Por suerte, parece que los efectos en personas con la pauta vacunal completa son más leves que en olas anteriores, aunque aún no hay consenso científico sobre el particular. Sobre el hecho de que son más contagiosas, sí. Y avanza rápido: en mayores de 60 años, que son los casos que aún se miden, el martes había 841 casos por cien mil habitantes, 86 más que el viernes y 188 más que hace una semana, algo más que el pasado mes de mayo, cuando se estabilizó más o menos cerca de esas cifras. El problema es que con la facilidad para autodiagnosticarse, gracias a los test de antígenos que se compran relativamente barato en las farmacias, es posible que haya muchísimos casos que se escapan a todo control.  Con o sin esos registros, la ola actual crece más rápido y se acerca a los máximos medidos en las olas previas a la aparición de ómicron: 700 casos por cien mil en la quinta ola y casi 900 en la tercera. Aún se aleja bastante de la tercera ola, cuando la incidencia superó los tres mil casos para general angustia y pasmo. 

 

La pregunta recurrente es si nos hemos precipitado al suspender las medidas de protección. Personalmente creo que es probable. En Cataluña ya se recomienda a los mayores que usen mascarillas en interiores. Estos días de carnaval, se ha visto a decenas de personas sin mascarillas en las guaguas –donde son obligatorias- sin que nadie les dijera ni pío. Eso debería recordarnos que cuando se abre la mano es más fácil dejar de hacer lo que hay que hacer. Por eso, la necesidad de insistir en la contención privada, en el cumplimiento de las medidas que dicta el sentido común y que se han demostrado más útiles en estos dos años. Higiene sistemática de manos, protección con mascarilla en aglomeraciones, transporte público e interiores, y evitar las concentraciones innecesarias. Y recordar que aunque aún no se puede hablar de una situación complicada en los hospitales, en Canarias, las cifras son peores que en la mayoría del país, estamos por encima de los mil casos por cada cien mil, entre las regiones con más contagios declarados, y ante una enfermedad que sigue matando, aunque ya no lo haga con la ferocidad que el año pasado.

 

Probablemente hacia finales del otoño, las farmacéuticas dispondrán de la vacuna doble que ensayan, que proteja frente a las cepas de Wuham y Omicrón. Tras la pifia de la ministra Darias, sabemos que podría ser usada con los mayores de 80 años, que son los que más riesgo corren. Mientras tanto, recordar que casi la mitad de los ciudadanos sigue sin vacunarse de la tercera dosis. La pequeña molestia de un pinchazo puede salvar aún muchas vidas. 

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