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La montaña parió un ratón

Francisco Pomares

 

 

El Consejo de Ministros aprobará mañana el plan de regeneración democrática que se sacó de la manga Pedro Sánchez durante su retiro abrileño, cuando hizo creer a medio país que pensaba dejar la presidencia del Gobierno porque su mujer estaba siendo investigada por un juez, por lo que hoy es ya conocido como el ‘caso Begoña’. De aquella reflexión de cinco días, con los afiliados socialistas manifestándose frente a Ferraz y el gobierno paralizado, salieron distintas declaraciones: la más popular, la confesión de Sánchez de que está profundamente enamorado de su mujer, un asunto de enorme trascendencia nacional. Frente a esa proclama, sonaron a paja la nada sorprendente declaración de continuidad a toda costa, o ésta que nos ocupa sobre la necesidad de meter en cintura a los medios que crean el fango en el que chapotea la nación.

 

“En España nos enfrentamos a la desinformación, a la máquina del fango; nuestra democracia está asediada por campañas de desinformación y bulos, por presiones a periodistas y corruptelas”, diagnostico Sánchez en su comparecencia ante el Congreso, tras su retiro. Una descripción de la situación de los medios más interpretable que otra cosa, porque cada cual puede señalar en direcciones distintas hacia dónde cree que está la esencia del problema.  ¿Está en que haya medios ultraconservadores que no lee nadie y anuncian el apocalipsis, o en que haya televisiones públicas que parecen prensa de partido? ¿Está en que los dueños de los medios influyan en la línea editorial de sus empresas, o en que el presidente del Gobierno pueda ordenar a TVE la contratación de un programa que cuesta 14 millones por temporada, sólo porque a él le gusta?  ¿Está en que un digital destape los negocios de la mujer del César o en que haya grandes grupos de comunicación que sobreviven básicamente gracias al apoyo publicitario del Gobierno?

 

Sánchez no desbarra en absoluto cuando habla de manipulación, desinformación y control de los medios. Es un hecho. Pero si se trata de señalar a los medios que se han instalado en una actitud de absoluto servilismo de quienes los ceban y mantienen, quizá querer cerrar los digitales que destaparon el caso Begoña sea realmente un exceso, un ejercicio de fake news. No va por ahí el problema.

 

En realidad, como suele ocurrir con las grandes declaraciones del presidente, ya se trate de vender 200.000 viviendas de construcción oficial, de abrir solidariamente las puertas al Aquarius , o de garantizar que algo no puede ocurrir siendo él presidente, lo declarado en este caso concreto parece haber quedado en mucho menos de lo que se esperaba cuando en julio expuso en el Congreso su primer diagnóstico sobre la podredumbre de los medios. Porque resulta muy llamativo el momento elegido por Sánchez para ocuparse del que considera uno de los asuntos más graves que afectan a nuestra democracia. Es curioso y significativo que el descubrimiento de la existencia de la máquina del fango, se produzca precisamente cuando se entera de que un juez ha decidido proceder con la investigación judicial a la mujer de la que Sánchez está profundamente enamorado, por presuntos delitos de tráficos de influencias y corrupción en los negocios. Hasta ese momento, no existe ni una declaración presidencial refiriéndose al que luego considerará uno de los peores males que afectan a la democracia española.

 

En fin, que mucho ruido y pocas nueces: lo que va a quedaa de la titánica guerra contra el fango es la decisión de ampararse en el Reglamento Europeo sobre Libertad de los Medios de Comunicación, y pedir que se identifique de forma pública quiénes son los dueños de los medios de comunicación y las subvenciones que reciben de los Gobiernos. O dicho más claro quienes controlan los medios y quienes los financian.

 

Ocurre que ambas cuestiones –control accionarial y subvenciones recibidas- son hoy asuntos absolutamente transparentes, ya sea porque el acceso al registro de accionistas o partícipes de una sociedad es público (y publicable si recibe subvenciones) y porque esas subvenciones que se reciben también lo son, al estar sometidas a las leyes y reglamentos sobre transparencia. Pero si se quiere realmente saber qué mueven los medios y por qué, quizá sea mucho más interesante conocer cuanto gastan las administraciones en mantener televisiones, medios, o periodistas para sus gabinetes de propaganda. Porque el verdadero control de los medios se ejerce hoy desde las administraciones, y no desde el accionariado de las empresas de comunicación. Por eso, si Sánchez quiere regenerar la democracia, más que contarnos de quienes son los medios (lo sabemos sin necesidad de su ayuda) o qué subvenciones reciben (lo podemos saber si nos interesa sólo con preguntar a Transparencia) podría explicarnos para que necesita su Gobierno gastarse otros cien millones más en ‘modernizar’ los medios. Y cuáles son los que va a ‘modernizar’.

 

 

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