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La guerra en la red

  • Francisco Pomares
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    Cerca ya de cumplirse los primeros cuatro meses desde que dio comienzo la invasión de Ucrania por Rusia, es difícil no pensar en el impacto decisivo que la información está teniendo en la presentación y percepción del desarrollo de la guerra. Pero… ¿esta guerra se interpreta igual en el mundo occidental que en el resto del planeta? Es obvio que no: los cambios radicales que se han producido en los últimos diez años en las tecnologías de la información, el aumento de la capacidad para transmitir imágenes, o de la velocidad de transferencia de archivos digitales, no han servido para modificar las premisas de la globalización informativa. A pesar de la miríada de voces autónomas que surgen y se mueven por las redes, la información que nos llega sigue produciéndose y concentrándose de forma hegemónica en los servicios de las grandes agencias, y en Europa y América del Norte tiende a saldarse con una única visión prooccidental, que no explica todos los problemas, ni es comprensible para más de la mitad de los ciudadanos del planeta.

     

     

     

    La politización de la información internacional, el servicio que los medios prestan a la interpretación o a los intereses de sus gobiernos, son defectos del sistema, o servidumbres patrióticas o de negocio, que no se resuelven sólo con la introducción en la red de informaciones generadas por autónomos locales o ciudadanos que sufren y padecen los efectos de las nuevas guerras, de los nuevos conflictos. Hoy los formatos para el ejercicio del periodismo de guerra han cambiado muchísimo, y sobre todo han disminuido los recursos de las empresas para mantener sobre el terreno a corresponsales independientes o enviados especiales. Eso ocurre precisamente cuando más falta hacen, especialmente en zonas muy cerradas a la información libre, como los territorios de Europa del Este antes sometidos al poder soviético, en los que la cobertura informativa de algunos conflictos –la actual guerra de Ucrania con Rusia y los rebeldes prorrusos, por ejemplo- se construye confrontando informaciones e imágenes facilitadas por las oficinas de propaganda de cada bando. Y no sólo de los contendientes oficiales. El papel de la propaganda bélica británica, directamente controlada por los servicios de información del Ejército, es –en este sentido- absolutamente referencial. La información que facilitan sobre el desempeño bélico es creíble, parece independiente y cuenta los hechos reales. Pero lo hace barriendo siempre en la dirección que conviene.

     

    Por eso vuelve a ser tan necesario volver a informar desde la ética y –parafraseando el título de un espléndido ensayo de Susan Sontag, “abrir los ojos ante el dolor de los demás”. Esa es una reflexión imprescindible en un mundo cada día más acostumbrado a confundir las imágenes de la realidad con las de la ficción, y ante una imaginería televisiva (contagiada cada vez más a los medios escritos, sobre todo a sus versiones digitales), que se ha engolfado en la reproducción espectacular del sufrimiento.

     

    Las guerras del siglo XXI se cuentan desde un enfoque y tratamiento de la información deudora de la servidumbre geopolítica asumida por los medios desde los atentados del 11-S. Pero no pueden olvidarse otros aspectos nuevos, como la influencia de los blogs de guerra y del periodismo ciudadano, o la aplicación frecuente de mecanismos y técnicas que dificultan el ejercicio de informar con libertad, como la ciberpropaganda o la cibercensura, no sólo ideológica, militar o política, también fruto de la mercantilización de los sistemas de indexación de buscadores. O el creciente peligro que suponen los ataques desde la red, el denominado ciberterrorismo, que no sólo se práctica desde organizaciones con discursos radicales, y es –muchas veces- un arma muy sofisticada en manos de los gobiernos más poderosos. Una de las grandes sorpresas del conflicto ucraniano ha sido precisamente la eficacia de los hackers de Kiev para frenar las operaciones de ciberterrorismo desarrolladas desde Rusia.

     

    En un mundo cada vez más dominado por la información, en el que se dispone de manera inmediata de informaciones e imágenes reales de lo que sucede, la verdad puede quedar sepultada bajo el ruido de internet.

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