La corte de los heridos
Por Francisco Pomares
Podríamos verlos como un sindicato de damnificados, pero desde ayer, desde la pasmosa entrevista que cursó Carlos Herrera a Víctor Aldama, queda claro que esto es más un coro de lamentosos, una corte de heridos con ganas de pasar factura al principal por el daño recibido. A ver, no nos equivoquemos: en el lado de los heridos lo que hay no es precisamente una tropa de gente decente y bienintencionada. Son más bien una panda de golfos y desahuciados, a los que motiva la rabia. Los golfos por decisión propia los encabeza Aldama, y los desahuciados el señor Lobato, pobre, qué flojo, que poquito aguante. O quizá no.
Aldama se despachó ayer sin nuevas revelaciones, pero poniendo los puntos sobre las íes. Porque no es lo mismo contestar a Su Señoría el magistrado que al periodista estrella de la cadena de los curas. Aldama se sintió en su salsa, recuperada la libertad y el ápice de dignidad decorativa de convertirse -el también-, en un resistente capaz de medirse con el capitán de los resistentes. Sin necesidad de aportar ninguna nueva hazaña del entourage presidencial, confirmó algunas de las cosas que ya se sabían y lo hizo con estilo y pedigrí de empresario de provincias: se despachó con Bolaños, Óscar López y la viceMontero, a cuenta de las bromitas sobre Mortadelo y Filemón y el Pequeño Nicolás. Supongo que las bromitas perversas del bulocrata Bolaños se esfumaron con los videos de Aldama recibiendo la medalla de la Guardia Civil o con las fotos de la cacería en El Mundo. Que mala suerte apuntar a alguien en el subsector del ridículo y que al final el ridículo se torne espejo y tenga que explicar el ministro de Interior por qué servicios recibió Aldama la medalla de la Benemérita. “Se conceden dos mil”, ha exagerado el ministro, que ya sabemos que no sabe sumar ni pateras, ni muertos estrujados en las vallas, ni al parecer medallas. La cuestión es qué servicios antiyihadistas prestó Aldama para recibir bandas y abrazos de los verdes, e irse de caza con ellos, la CIA y el FBI. La cuestión es también que alguien debió firmar la orden y autorizar la medalla al empresario de Ábalos y Koldo García. Ese hombre que estaba en todas partes al mismo tiempo, y que por eso pudo hacerse fotos en tantos sitios: en la montería de los espías; en los pasillos por los que –por seguridad- entra y sale sólo el presidente cuando va de mitin al teatro; en el avión de Delcy, amenazando a Ábalos con el sable de Bolivar si no la dejaban bajar sus maletas; en el aeropuerto Las Américas de Santo Domingo, al lado del Falcón; o en esa terraza de San Petersburgo, en la que la mujer del hombre siempre enamorado, mando a sus dos escoltas a dormir, para poder tomarse unas copas en la intimidad con Hidalgo, el de Air Europa, y hablar de cosas mundanas mientras Aldama ponía la oreja.
En fin, que Aldama pasó de ser tan del equipo que se ocupaba hasta de las copas de Begoña, a exiliarse en el pabellón de los apestados cuando la Unidad Central Operativa le pilló –a él y a sus mosqueteros– repartiendo comisiones o (negándolas) como si no hubiera un mañana.
Sería suficiente con alguien herido como Aldama y un juez con redaños, para meter a medio país entre rejas. Pero hay otros de la corte de los dañados, decidiendo lo que hacen. El más importante, sin duda, es el ex ministro: el hombre que convirtió a Pedro Sánchez en califa en lugar de Rajoy. Aún no está claro si jugará también sus cartas y negociará con la Justicia cantar lo que sabe, o elegirá quedarse calvo en un calabozo. Ábalos es un hombre de partido, un barón negro de la política española, manirroto y jolgoriento, al que se le fue la mano en la manutención de sus ex. La vida es más cabrona que un guion de serie francesa: en su oficio no hay segunda oportunidad. Da igual que hable o no, que cuente o no, todo lo que sabe desde que él y Sánchez y Koldo y Cerdán se subieron al Peugeot azul marino para iniciar la reconquista del PSOE. Que hable Ábalos depende sólo de su orgullo, de la vergüenza que le produzca reconocer lo que robó, y de si su lealtad incluye sacrificar la vejez por la tribu.
Hay más heridos, y no todos cumplen como apandadores. Y luego está la inmensa cuadra de los desahuciados, de los que el pizpireto Lobato puede ser considerado santo patrón y mártir. Porque hay que ser un héroe con mala pata, un tonto, pero tonto de libro, para dejarse enredar primero en la siniestra historia de los papeles del novio de Ayuso, e intentar luego echarle un pulso a Sánchez a sólo 48 horas de que empiece su 41 Congreso triunfal. Le ha durado el valor de la noche del martes a la del miércoles, y se ha desfondado. Si le preguntan en sede judicial si fue la jefa de Gabinete del jefe de Gabinete de Sánchez quien le pidió sacar los papeles y cuenta la verdad, se hará el sepuku. Pasará a la historia por abrirle el melón judicial al inquilino monclovita, mandamás de la otra corte de esta historia, la de los imputados: su hermano, su mujer, su ministro, su ejemplo para la militancia, y el cantarín empresario de cámara de todos ellos.