Junio
Mar Arias Couce
Comienza junio, el mes que marca el inicio del verano, el comienzo de las noches y los días largos y luminosos, y justo la mitad del año. Junio siempre ha tenido algo mágico para mí. Cuando era una niña, evidentemente, era el final del curso y el toque de queda para dejar mi abrasadora ciudad y viajar rumbo al mediterráneo, en busca de la tierra que me vio nacer. Dejar atrás los 43 grados cacereños y cambiarlos por dos meses de playa y sol, pues ya era un buen motivo para enamorarse de ese mes, pero no el único.
Junio tiene un aroma especial. Olía entonces a feria, y a cerezas. A horas jugando en la calle, a caídas mal curadas para seguir a la carrera lo antes posible, a miniaturas estampadas contra el suelo (o cromos, o cómo se llamaran en cada ciudad, que ni en nombrar juegos coincidíamos los españoles), volando por los aires… A colonia Nenuco y a coletas tirantes, a vestidos nuevos y a pompas de jabón, las que salían del pompero que cada año me acababan comprando mis padres en los puestos del ferial. A libros. Junio olía a libros. Mi abuelo tenía una librería y, si sacaba buenas notas, me regalaba los libros que yo quisiera. Hasta uno por asignatura. Y yo siempre quería, claro. Aquellos libros que al pasar sus páginas olían a nuevo, a limpio… a junio. Y salía de allí cargada con las aventuras de Los Cinco, Los Hollister, Los Tres Investigadores, Puck, Asterix, Mafalda… Iba ya pensando cómo iba a disfrutar de cada uno de ellos y cuántos me cabrían en las maletas para llevarlos a Murcia.
Cuando llegué a la facultad descubrí la magia de disfrutar Madrid en vacaciones y hasta el calor me parecía soportable en la capital del reino. No hay cielos como los de Madrid cuando llega el verano, no hay azules tan intensos, ni noches tan agradables. Junio suponía entonces, otro curso superado y unos días antes de empezar a hacer prácticas en la radio o el periódico de turno, libertad, una vez más. Salidas con los amigos, despedidas eternas, planes sobre planes mil veces ideados… Por delante, un verano que parecía eterno y siempre se acababa antes de tiempo.
En Lanzarote, junio siguió siendo extraordinario. En junio nacieron mis dos hijos, justo en la víspera de la noche de San Juan, con tres años de diferencia, una noche mágica que, a partir de ese momento, lo fue más aún. Muchos han sido los asaderos celebrados con amigos en los que hemos acabado saltando la hoguera, enarbolando deseos que quemábamos para que se cumplieran. Alguno se habrá cumplido, seguro. Los importantes.
De alguna manera absurda, cuando finaliza este mes para mí termina un poco el verano, sé que está justo empezando, sí, pero los días comienzan cada vez a avanzar más rápido, poco a poco la luz dura menos, se hace de noche antes y cuando te quieres dar cuenta ya está aquí septiembre con su vuelta a la rutina, con los anuncios del regreso al cole del Corte Inglés, y octubre, y noviembre con su monotonía gris. No tan gris, en Lanzarote, eso es cierto, pero gris en mi memoria. Y luego diciembre, y se acaba la fiesta… Otro año más que se ha pasado sin darnos cuenta. Otro año menos, por tanto.
Pero en junio se para el tiempo, y el calendario nos regala treinta días únicos que comienzan ahora. No los desaprovechen. No volverán a poder disfrutarlos. Los de este año, al menos. Disfruten, queda mucho junio por delante.