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Fiesta, sangre y arena

Por Álex Solar

 

 

El verano agoniza con los estertores de las últimas fiestas. Y con las imágenes, siempre con la advertencia de su dureza, de un toro que muere, o de otro que mata a un diestro, a un joven o a un anciano. Una docena, cuando al cambiar la hoja del calendario entramos en el noveno mes del año. Y rogando que la cuenta fatídica no aumente, como la de las mujeres en una orgía mortífera de machos hoscos.

Releyendo las mejores páginas de ese cronista genial que fue Julio Camba, encuentro este párrafo fechado en agosto de 1904: “En el ruedo una bestia yace tendida sobre un charco de sangre que bebe el sol. Se oye el sádico resoplar de las narices dilatadas, y en los senos de las mujeres notase un estremecimiento de felina lujuria. Los ojos llamean fuegos de ansia. Al viento, como legendarias sirenas, flotan las mantillas engalanadas de perversas flores rojas”… Es la España eterna la que alienta en estas líneas, con el sol arriba, implacable, abajo, la sangre fresca o coagulada de un toro o un hombre. Macabra, oscura trilogía goyesca.

 

Otras fiestas, la escandalera de las fiestas populares, las verbenas botellón, el ruido y la furia en los villorrios y ciudades. Creí, ingenuo de mí, que escaparía a ellas tras sufrir en Lanzarote los famosos carnavales. Años con la música a toda pastilla, la suciedad y las estruendosas batucadas que hacían vibrar los cristales de la casa hasta el amanecer. Me he encontrado lo mismo aquí en Alicante, donde se celebran no tanto los carnavales como las barracas, mascletás y hogueras en verano. Se cierran calles y barrios enteros, las ciudades y los pueblos quedan en estado de sitio, ocupados por las barras de expendio de bebidas, las hogueras y las verbenas. Los vecinos, cautivos en sus casas, no pueden sacar sus vehículos y están indefensos ante cualquier emergencia. Los falleros y barraqueros gozan de fuero especial en esta tierra, como los carnavaleros en Canarias. Hacen caso omiso los ayuntamientos de nuestras quejas y de la normativa que prohíbe la contaminación acústica, que queda entre paréntesis. Hay que joderse. Esto es España y hay que sufrir sus fiestas, su fuego y su sangre. Lo mismo que en 1904, salvo que en vez de guitarras suenan en el aire los compases de la “música” de Enrique Iglesias y otros grandes “artistas”, Disc Jockeys a toda máquina.

 

La fiesta de sangre continúa, en España se ama la muerte con afán suicida o con espíritu de verdugos. “¡Y el toro solo, corazón arriba! A las cinco de la tarde”.

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