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Exabrupto del tercer día


Francisco Pomares


Ya han pasado tres días desde que acabó el Congreso más surrealista de la historia del PSOE, y todo sigue exactamente igual que antes. La corrupción sigue contaminando el aliento de los discursos, los jueces continúan a lo suyo, y la prensa, pseudoprensa y medios hostiles, siguen contando lo que ocurre en este patio de Monipodio que tiempo atrás llamábamos país. Nada nuevo bajo el sol, pues, aunque durante un fin de semana, Sánchez y su corte lograron lo imposible: situarse colectivamente al margen de todo lo que es real y ocurre, y convertir al viejo partido de la izquierda española en un aquelarre lunático que aplaude a rabiar los errores, defectos y falsedades de su líder, mientras niega babiecamente la existencia de cualquier corrupción, señala a la Justicia por perseguir a la familia del César y acusa a los medios de crear sobre un lecho de fango una realidad imaginaria.

 

Pero a los tres días de los fastos de Sevilla, del recurso pauloviano al uso de la imagen de Franco para remover conciencias y convertir la memoria en odio; a tres días de Zapatero reclamando “lealtad por toda regla” como única consigna de actuación; a tres días de Santos Cerdán –el hombre que le vendió el ejemplo de militancia Koldo al PSOE- deslegitimando la Justicia y empujando al linchamiento de los jueces; a tres días de la vice Montero acusando al primer partido de España, el PP, de golpismo desde el atril colorado del segundo partido de España, el PSOE; al tercer día de Sánchez anunciando mesiánicamente que ha llegado el momento de que él y los suyos salven al mundo –al mundo, ahí es nada- de los horrores de la derecha, porque nadie más puede hacerlo; al tercer día de un ágape sin reflexión ni autocrítica, en el que se silencia cualquier voz que no esté en sintonía; a los tres días, en fin… la nación sigue exactamente en sus trece: en la realidad socarrona de las mañanas en las barras de los bares, los memes airados, el rechazo indignado de Paiporta, el asco insoportable ante la mamandurria cínica de la pandemia, la hartura ante promesas incumplibles, mentiras como único programa y el odio cerril hacia el adversario que destila cainismo, trinchera y desprecio al otro. Como un gotero inagotable.

 

¿Ha servido esta evaporación de la razón, este sueño hispalense, este teatrillo de sombras, para algo más que para inflamar el hígado ya cirrótico del sanchismo? ¿Hay alguna política posible, un reclamo de actuación, alguna propuesta de acción apuntando maneras tras la tormenta tropical de declaraciones vacías y brindis al sol? ¿Existe realmente liderazgo –incluso aguante, si me apuran- para mil días o mil años más del resistente? ¿Qué nos deja este conventual guateque de aplaudidores felices?

 

El PSOE se ha regalado a sí mismo, y a regalado a su jefe y señorito, un congreso sin matices ni dudas, un encuentro sin críticas ni disidencias, que presenta el estado actual de la cuestión: un partido descascarado, que ha perdido tripas y cojones y ovarios, y con eso su valor como instrumento para el cambio, tal como fue levantado por sus fundadores modernos, aquellos jóvenes nacionalistas del 82, hoy cancelados como traidores. Un partido inútil para la izquierda y para el país, trasformado en caja de resonancia de los aspavientos y caprichos del hombre enamorado, féretro de la realidad, mortaja de los hechos, desierto intelectual gobernado por sentimientos y emociones impostados, creados artificialmente por asesores de imagen que jamás sintieron nada más allá de lo que procedía sentir.

 

Tres días después, el PSOE se desvela un poco más disociado de la nación que no le aplaude: esos jóvenes cansados de escuchar las mismas milongas; los millones de votantes sin partido que desconfían de quienes cavan trincheras y tumbas; los que piensan distinto, inducidos irremediablemente del lado del odio; los viejos socialistas que hicieron posibles los grandes acuerdos y cambios; los mayores que vivieron la transición y sus enjuagues, y a los que se ha robado el mérito y falsificado su propia historia.

 

A este PSOE, tres días después, le queda seguir la senda del sanchismo, durante lo que esto dure, hasta el derrumbe final. Que acabará por llegar, porque en política (y en la vida) todo termina, y lo que no, lo que se eterniza, se convierte en dictadura. A este PSOE le queda el populismo, la rabia contra los otros, la vacuidad fatua de propuestas vacías, arrebatados debates sobre letras que sobran, sobre dineros que se prometen, pero sólo están para pagar sueldos a los leales y desplazamientos en Falcon, discusiones inanes sobre bilateralidades, multilateralidades, singularidades, transversalidades, máquinas de fango y partes contratantes de la primera parte. Una política de gestos y promesas, de gabinetes de comunicación, relatos, anuncios y golpes de efecto; una política de apaños imposibles y negados; una política corrompida hasta la médula, porque sólo la mueve el poder. Nada más que el poder. Apenas el poder.

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