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Escapar (de momento)

Antonio Salazar

 

 

 

Las políticas relacionadas con el cambio climático suelen ser valoradas por sus intenciones, jamás por sus resultados. Hemos consentido, como sociedad, colocar todo lo relacionado con el clima muy arriba en la escala de nuestras preocupaciones, con lo que la política se ha hecho con una capacidad para influir en nosotros inconcebible en su ausencia. Con todo, lo peor ha sido comprobar como hasta hace nada apenas si había artículos o libros críticos contra estas políticas. Una razón, además de la confortable vida que garantiza no salirse del consenso, es el miedo a ser considerado un negacionista o estar aliados con ciertos partidos extremistas. Esto sólo no es un argumento pero resulta incómodo.

 

 

Vemos que por esa vía silente se han colado pretensiones inasumibles. Que un ministro, aunque sea Garzón, se arrogue el poder de señalar cuánta carne y de qué tipo podemos comer es inaceptable. O que un consejero, aunque sea Valbuena, diga que quince millones de turistas no son sostenibles como si él supiera exactamente el número de visitantes que pueden venir cada año. O que desde la Unión Europea se establezca un tipo universal de cargador de móvil -parece que generamos una cantidad insostenible de basura tecnológica- sin reparar en que esto es una de las razones por las que hay más empresas en el Nasdaq procedentes de Israel que de toda la UE. ¿Quién va a innovar buscando formas más eficientes, rápidas y con menor consumo para recargar nuestros dispositivos si un grupo de multimillonarios burócratas han decidido un estándar?. Todo lo anterior palidece con la situación que hemos estado a punto de sufrir y de la que de momento hemos escapado, al menos hasta el año 2030. Como quiera que con el desarrollo y progreso vivido en los últimos años, un montón de gente ha podido coger aviones de bajo precio para conocer otros lugares del mundo, los burócratas que creen que eso es privilegio suyo -pagado por nosotros, claro está- han decidido encarecer los billetes para disuadir a los más pobres -presumen de defenderlos pero en realidad los odian- mediante la imposición de un impuesto por volar. Como si fuera beber alcohol o fumar, productos sobre los que aceptamos imposición porque no desconocemos los efectos que causan, ahora los desplazamientos en avión son también señalados como algo a evitar. De nada sirve que la industria sea cada vez más eficiente, con aviones que consumen  y emiten una fracción de lo que lo hacían modelos anteriores o la innovación que suponen los nuevos combustibles. Una cosa es reducir emisiones -es admisible y se está en camino- y otra llevarlas a cero, que solo es posible en la mente de un burócrata que solo tiene que descolgar un teléfono para tener un Falcón privado a su disposición.

 

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