El taburete de Clavijo
Francisco Pomares
A Clavijo le cambió ayer la cara de seminarista agnóstico y con anginas, con la que lleva paseándose desde hace más de un año a cuenta del colapso en la atención a los menores migrantes. Tras la reunión con la ministra Montero, salió incluso sonriendo, y pareciera que hasta confiado, satisfecho de que el Gobierno Sánchez se haya comprometido a transferir cien millones a las islas para atender la llegada de miles de menores africanos no acompañados. No son los 150 y pico que dice el Gobierno regional que cuesta mantener el tinglado -alrededor de 24.000 euros por menor y año-, pero menos da una piedra. En unas declaraciones a Telecinco, un Clavijo eufóricamente comedido (el carácter de Clavijo es en sí mismo un oxímoron) dijo estar convencido de que el Gobierno de la nación ha entendido por fin que este es “un problema de todos” y no sólo “un problema de Canarias”. No sé de dónde saca Clavijo la confianza después de tantos meses de embustes, medias verdades y trilerismo saduceo, pero supongo que la perspectiva de que lleguen esos cien kilos antes de que se agote este año debe haberle tranquilizado lo suyo. A ver si ocurre.
Tan contento y feliz andaba el hombre, que volvió a ser optimista sobre las opciones de que Gobierno y oposición logren algún día cerrar un acuerdo que permita modificar la ley de extranjería. Yo creo que es bastante difícil que eso vaya a ocurrir pronto. Ninguno de los dos grandes partidos va a trabajar en la solución de un problema que requiere de un acuerdo entre ambos, un acuerdo que no encaja con el proceso de polarización creciente que enturbia y agria la política. Quizá me equivoque en el pronóstico, pero tiene uno la impresión de que aquí lo que prima en la cabeza de Clavijo es más el deseo de mantener la tensión que la convicción de que una solución con recorrido este cerca.
Clavijo ha puesto de su parte en este asunto el trabajo de un cuarto de legislatura. Ha firmado más papeles –entre ellos un pacto con el PP que es hoy agua de borrajas- y ha recorrido más kilómetros para buscar una solución, y dedicado más tiempo que –creo yo- al resto de todos los asuntos de los que debería ocuparse. Clavijo no es un experto en asuntos migratorios, es básicamente un tipo con una cabeza económica sin demasiados prejuicios, alguien que tira de la ideología como quien usa una herramienta, pero puede usar otra cualquiera si le viene bien para conseguir el resultado que persigue. Por eso es capaz de pactar primero con el PP –apoyó la candidatura presidencial de Feijóo- y luego apoyar a Pedro Sánchez, alguien por el que muy probablemente no siente simpatía. Supongo que considera un éxito, un avance importante, haber logrado que este Gobierno amarreta se comprometa a financiar una parte de lo que cuesta atender a los menores. Pero no creo que sea sólo eso lo que le inflaba ayer con un globo. Creo que está convencido de que va a lograr que Marruecos acepte hacerse cargo de sus menores, a cambio de que Canarias asuma la actual política española sobre la integridad territorial del Reino alauita, y monte y gestione en territorio marroquí –es mucho más barato que hacerlo aquí- las infraestructuras necesarias.
Clavijo tiene su plan para descongestionar la atención a los menores, un taburete basado en tres patas, de las que está convencido de que ya cuenta con dos: que sea el Estado quien financie el esfuerzo de atender a los menores no acompañados, y que Marruecos asuma recoger a un millar de sus jóvenes en un plazo de tiempo razonable, digamos que de aquí a dos años. A pesar de ser una de las opciones que ofrece las actual Ley de Extranjería, la bronca ideológica que la izquierda ha emprendido contra la iniciativa albanesa de la Meloni, ha logrado que la propuesta de atender a los inmigrantes ‘in situ’ requiera de explicaciones suplementarias para sortear el tabú de desplazar a los menores fuera de las fronteras españolas. Se trata de un proyecto difícil de explicar sin sortear previamente sus evidentes coincidencias con la iniciativa albanesa que ahora respalda media Europa. Por eso Clavijo lleva ya unas semanas distanciándose en sus declaraciones de esa iniciativa y de su promotora, la primera ministra italiana, para evitar que el desvío de jóvenes a Marruecos sea tachado de ultraderechista y se convierta en un debate ideológico, en una cuestión de principios, y no en un asunto práctico. A Clavijo le va a costar ganar aquí la batalla del relato, pero está en ello, y sabe que cuenta con el respaldo de la mayor parte de lo que hoy es su suelo electoral… Lo va a intentar, aunque tenga que montar dos universidades en Marruecos a cambio. Que de eso va este segundo viaje emprendido hoy.
Y luego está la tercera pata del taburete: el reparto de los menores en territorio nacional. Ni el PSOE ni el PP lo discuten ya, aunque tampoco parecen dispuestos a acelerarlo. Pero acabará cayendo como resultado inevitable de haber convertido el problema de los menores en un problema de Estado. Lo que queda ahora es lograr que el PSOE y el PP actúen como partidos de Estado. Y eso va a costar.