El rebaño y las mentes independientes
Por Álex Solar
Los que pertenecemos a la generación que vivió su juventud alrededor del 68, aprendimos a actuar según el código de la disidencia. Al menos los que estuvimos comprometidos con ciertas causas o ideales. Christopher Hitchens, el adalid generacional, nacido en 1949, vivió en las barricadas universitarias del Reino Unido, su país, y en las del mundo. Visitó Cuba siendo muy joven y sintió en sus carnes la desilusión de la utopía castrista leninista, internado en un campo de voluntarios internacionales. Más tarde, se sentiría “contrarrevolucionario” al interrogar a intelectuales cubanos sobre la libertad y la censura en su país, que le confesaron que no se podía tocar la figura de Fidel en películas o libros.
Fue un modelo de radical serio y humanista, como Emile Zola, a quien admiraba por su defensa de la justicia en el famoso Caso Dreiyfuss, en la Francia de finales del siglo XIX. El escritor abogaba por la inocencia de este militar judío, acusado injustamente de traición y espionaje. El clima político y social de Francia era venenoso. “Reina un terror bochornoso, los valientes se vuelven cobardes y nadie se atreve a decir lo que piensa por miedo a que le denuncien por traidor y por aceptar sobornos. Los pocos periódicos que al principio tomaron partido por la justicia ahora se arrastran por el polvo ante sus lectores”, escribió Zola, condenado a un año de cárcel y al escarnio público .Su muerte, más que sospechosa, pudo haber sido en realidad una ejecución a manos de las cloacas del estado en venganza por su denuncia del antisemitismo y la complicidad del clero.
Pienso en Hitchens y en Zola en estos momentos en que España se debate entre cambios de gobierno, intentos de secesión territorial y la continuidad de una crisis que se quiere negar. Hacen falta voces que hablen claro y que también denuncien el servilismo y masoquismo del electorado, rehén del sistema político. A veces, recuerda Hitchens, hay que atacar o satirizar a reyes, caudillos o multimillonarios. Pero tampoco la multitud debe irse de rositas, pues no tiene el monopolio de la razón y sí mucha culpa, como los que hablan del “pueblo” como si fueran sus únicos representantes. Sería saludable y necesario escuchar la voz de los disidentes, mentes independientes, a los que a menudo con desprecio se les trata despectivamente de “intelectuales”. Término despectivo acuñado en su origen por la prensa que azuzaba a los que creían que el judío Dreyfuss era culpable.