El paseo del emperador
Francisco Pomares
Más de diez mil chinos viven actualmente en Canarias, muchos de ellos en Arona, un municipio que algunos consideran la capital china de las islas. La mayoría son comerciantes, y constituyen una floreciente, próspera y muy activa comunidad, perfectamente instalada en los usos y costumbres del capitalismo occidental, pero sin que eso impida una notable lealtad a las directrices y mandatos del lejano poder comunista. Conozco a muchos comerciantes chinos en Canarias, trabajadores, espabilados y en algún caso muy ricos, y todos ellos profesan una disciplinada admiración por sus líderes y por el sistema que los sostiene, al mismo tiempo que celebran la apertura al mercado y las reformas de la propiedad que han permitido en los últimos años el crecimiento desaforado de China, su asombrosa modernización y su transformación en segunda potencia económica del planeta.
Algunos de esos súbditos del Imperio del Centro, esperaron con confuciana paciencia y sentido del deber colectivo, para poder saludar brevemente al paso del enorme Hongqi N701 blindado, traído hace unos días y especialmente para la ocasión desde China, que el miércoles y ayer jueves paseó al camarada Xi Jinping, secretario general del PCCh y presidente de la nación más poblada del planeta, en su recorrido de Gando al Hotel Santa Catalina, y del Hotel a Vegueta, por las calles de Las Palmas. Para la mayoría, después de blandir bajo el sol pancartas de salutación y coloradas banderas del país, habría bastado un gesto displicente del líder del país, un bajar veinte centímetros la ventanilla ahumada de su enorme coche y agradecer con una sonrisa la veneración de su pueblo emigrado. Xi no se molestó siquiera en eso. Ni le hizo falta ni es hábito de la dirigencia.
En este último cuarto de siglo, son ya unos cuantos los viajes de los máximos jerifaltes chinos a las islas. Xi ha visitado las islas con esta en tres ocasiones. Los viajes anteriores los protagonizaron sus colegas Hu Jintao –estuvo en Tenerife en 2012 y en Gran Canaria en 2004, y Jian Zemin, que visitó Gran Canaria en 2001. Con cierto papanatismo, la reiterada presencia de los emperadores rojos por esta latitud suele explicarse con teorías conspirativas como la de que vienen para vigilar su penetración en el mundo africano, o directamente con la cantinela de siempre sobre la importancia geopolítica de nuestra situación o su interés por nuestra economía. En realidad, la relación económica de China con Canarias es bastante despareja: el archipiélago exportó en 2022 poco más de unos escasos diez millones de euros al gigante asiático, mientras este nos vendía casi 180 millones. La mayoría de las visitas cursadas a las islas se han realizado exclusivamente porque tocaba hacer escala con destino a América. Algunos dirigentes aprovecharon por hacer algo de turismo, y otros por darse un garbeo por los muelles.
Xi –como sus predecesores- representa un país enorme, que ha modernizado en poco más de un cuarto de siglo su economía, mejorado espectacularmente la calidad de vida de sus súbditos y que utiliza mecanismos de control social cada vez más sofisticados y precisos. China cuenta con el ejército más grande del planeta, y avanza intensamente en su tecnificación, pero hasta ahora se ha mantenido tradicionalmente al margen de los conflictos que surgen fuera de su más directa área de influencia, que ha aumentado enérgicamente en África y Asia, con acuerdos comerciales y grandes inversiones en infraestructuras y en explotaciones agrícolas, pesqueras y mineras. La tradicional neutralidad china con occidente se ha resquebrajado como resultado de la invasión rusa de Ucrania, donde Pekín mantiene una postura de medido apoyo a las intenciones expansionistas de Putin, y también por el conflicto abierto con Taiwan, que alimenta una crispación cada vez mayor. La política arancelaria anunciada por Trump provocará inevitablemente la escalada de desentendimiento entre las dos mayores potencias económicas.
Pero si todos esos asuntos nos recuerdan que ayer despedíamos con alborozo al dirigente de un régimen dictatorial, que no ha dudado nunca al actuar despóticamente en política interior, lo que más choca –aunque tampoco sorprende- es la absoluta ausencia de cualquier crítica, siquiera política, moral o intelectual, a la realpolitik de nuestros propios gobernantes, seducidos por la oportunidad de hacerse una foto con el que es hoy el segundo hombre más poderoso del mundo. Me pregunto si partidos, instituciones y ámbitos sociales habrían tragado con la misma displicencia ante una visita de –pongamos- el príncipe bin Salmán, primer ministro y heredero de Arabia Saudí. O de un personaje como –imaginemos la carajera– Benjamín Netanyahu. Y es que nuestra capacidad para sucumbir al escándalo es selectiva. Y bastante hipócrita.