El nombre de la cosa
Por Alex Solar
uando aún coletean los efectos de la Ley de Memoria Histórica, con sus cambios de nombres, el Cabildo de Lanzarote propone una lista de personajes ilustres para que el Teatro Insular tenga nombre y apellido. Un error, al menos a mí me lo parece, pues basta con que a alguien le concedan algún honor, ya sea en vida o post mortem, para que se desaten las envidias y las maledicencias. Vivimos en un país cainita, donde la mezquindad y la envidia campan a sus anchas. Aquí se desprecia a todo lo que se ignora o más bien, se ignora y se desprecia a todos por igual, en especial si no son “de los nuestros”. Por eso, creo que el nombre del Nobel portugués tiene pocas probabilidades de ser elegido.
Charles Dickens, que consiguió la fama siendo joven viniendo de una familia sumida en la miseria y con su progenitor en prisión cuando él era niño (su Oliver Twist es casi autobiográfico), prohibió en su testamento que se le concediera el honor de una estatua y solo en los años 80 del pasado siglo se erigió un monumento a su memoria en los Estados Unidos. Cuánta razón tenía este gran escritor, que fue vilipendiado por otros autores de su tiempo aunque su influencia posterior en la literatura universal posterior ha sido enorme.
Así pues, los ciudadanos de Lanzarote tendrán que elegir entre una lista cerrada de nombres para denominar un edificio que vino a suplir una carencia muy importante para Arrecife, que fue inaugurado en 2007, posteriormente cerrado por obras y abierto casi un año y medio después , una vez subsanados defectos de construcción. No voy a añadir leña al fuego recordando los detalles de esta rocambolesca situación, no viene al caso. A mí la sala me trae emotivos recuerdos asociados a esa inauguración, que estuvo a cargo de mi amigo Toñín Corujo, presentando su disco Sal y Arena. Por cierto, uno de los nombres propuestos es el de El Salinero, a quien ha difundido con arte y cariño su padre, Don Antonio Corujo. Un nombre que tal vez podrían haber añadido a la lista los señores del Cabildo. Aunque tal vez el Maestro, en su modestia, habría rechazado tal honor.
Quien quiera que sea el elegido para dar nombre a la cosa, habrá quienes estén en contra o descontentos. Tal vez lo mejor sería dejarlo como está, no sea que un gobierno futuro proponga un cambio y lo borre de un plumazo. La fama de los hombres es efímera, pasamos como las nubes. Sic transit gloria mundi.