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El gran mercado de la pobreza

Por Francisco J. Chavanel

 

 

 

La pobreza está de moda. Rara es la institución, sea Alcaldía, Cabildo, o Gobierno autonómico, que no haya montando una oficina antidesahucios, que no se haya reunidos con distintas ONGs volcadas en el asunto, o que no haya redactado distintos comunicados comprometiéndose a revisar los precios del agua y la luz para personas y familias en exclusión social… ¿Es normal? A nadie le extraña que algo inusitado en la vida política nacional surja de manera aparentemente espontánea y que todos, sean partidos de derecha o de izquierdas, compitan entre sí en pos de ser el mejor escudero de los desvalidos.

 

El PSOE promete 6.500 millones al año en una renta mínima familiar, con una ayuda de 426 euros mensuales para familias con pocos recursos y en paro; el PP pretender poner en marcha una caravana social, que recorrerá la geografía española contactando con los sectores más desfavorecidos: posee 2.000 millones de euros al año para este menester; Ciudadanos no concreta ficha financiera pero habla de un complemento salarial anual para apoyar a los sueldos más bajos y a los empleos más precarios; y Podemos, también sin cuantificar el dinero a utilizar, propone un plan de garantía de renta que sea un salvavidas para personas y familias en la cuneta… En plena antesala de las elecciones generales la pobreza, la miseria, los excluidos y sus lamentaciones, son los verdaderos ejes de la campaña.

 

Aparte de que pudiera tratarse de arrebatarle el discurso a Podemos, hay algo más profundo: el problema existe, nadie sabe exactamente qué dimensión tiene, pero lo cierto es que hay cinco millones y medio de parados de larga duración, un 50% de jóvenes desempleados con serias dudas sobre su futuro a corto y medio plazo, y un montón de abuelos echándole un capote al Estado estructurando bajo su cobijo la supervivencia de sus seres más cercanos. Por lo tanto, ahí, en ese oscuro túnel que causa pavor y escalofrío, hay millones de votos que pueden decidir unos comicios en los que se presentan dos fuerzas emergentes, las cuales, apoyadas en la pobreza y en la desafección política hacia los más necesitados, pueden cambiar la historia de este país.

 

La batalla no está exactamente centrada en las clases medias, como en todas las elecciones anteriores. Las clases medias han mutado. Ha tenido unas cuantos millones de bajas en sus miembros, y ha sufrido en la crisis un duro apaleamiento para poder respirar. Una gran parte de la clase media se confunde en las hordas de los excluidos de vanguardia. A la inmensa mayoría de las familias les cuesta llegar a final de mes, y es extraño que ninguna de ellas tenga a alguno de sus miembros, o varios, en paro.

 

La clase política, tan oportunista, rauda e inmoral como se le presume, se coloca a la altura de las circunstancias. Quién no tiene en estos momentos un mínimo de sensibilidad tampoco tiene futuro. Hay que escuchar o hacer que se escucha, hay que mezclarse entre los afligidos y mostrar compasión, hay que rozarse con los que huelen mal pues no tienen con qué lavarse y pasarles las manos por la cabeza y apretarles las manos, y hay, sobre todo, gritar desde las barricadas la caída de la aristocracia de los ricos, la bajada de impuestos para las clases populares, y la guillotina para los que más tienen. Está de moda la pobreza; está de moda ir de pobre; está de moda camuflarte de pobre, y está de moda llorar con ellos y prometerles el paraíso que tuvimos y que fue desvalijado. Cuando el pobre suelte su voto en la urna seguirá siéndolo largo tiempo.

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