El estado (penoso) de la cosa
Francisco Pomares
El Fondo Monetario Internacional ha tenido que rebajar a una tercera parte sus previsiones de crecimiento para la economía española, llevándolas desde el 3,3 por ciento –su pronóstico de abril, hace menos de seis meses- al 1,2 por ciento que propone ahora. El desastre se produce en una situación de empeoramiento económico que afecta a toda la economía mundial, ensañándose con las naciones europeas, que han visto derrumbarse sus proyecciones optimistas por el efecto devastador de la guerra de Ucrania. De las economías europeas, España es la segunda que más cae, sólo adelantada por Alemania, que entra directamente en recesión y el próximo año verá reducido su producto interior bruto en tres décimas.
Ser la segunda por la cola no debería ser considerado un premio de consolación para España: el resto de las grandes economías europeas ya habían logrado completar su recuperación tras la etapa de pandemia, y la española aún seguía pendiente de hacerlo. El Gobierno esperaba mejorar el PIB español gracias a la aportación de fondos europeos. Concretamente, se esperaba que el impacto del maná comunitario en la economía española supusiera para 2023 un incremento cercano a los tres puntos, 3,5 para 2024. Si las previsiones del Gobierno son correctas, es obvio que si la economía española escapa a la recesión, será exclusivamente gracias al chute de vitaminas del presupuesto europeo. Aún así, la vicepresidenta Calviño aseguraba ayer, tras conocerse la revisión a la baja del FMI que no está descartado que España encadene dos trimestres en crecimiento negativo.
En ese contexto, las previsiones del FMI son un dramático freno a las campañas del Gobierno y a la presentación de una realidad imaginada, la de una supuesta confianza de los mercados financieros internacionales en la política económica y “la resiliencia de la economía española”, que el ejecutivo de Sánchez intenta vender como justificación al presupuesto más expansivo y con mayor presión fiscal de toda su historia: los presupuestos contemplan un aumento de los ingresos por tributos e impuestos del 7,7 por ciento, hasta alcanzar 262.781 millones de euros en 2023, un incremento cercano a los 19.000 millones de recaudación fiscal en términos interanuales, más los 3.500 millones de impuestos a banca y energéticas, que en el Presupuesto no aparecen como ingresos tributarios, y se camuflan como ‘prestaciones patrimoniales’.
A pesar de ese aumento brutal de la presión fiscal, superior a los ajustes contra los efectos de la inflaciónaplicados a pensionistas y empleados públicos, el Gobierno no sólo no logra cuadrar sus cuentas, sino que también la pifia en sus pronósticos sobre déficit público. Como las noticias malas suelen venir por parejas, el FMI también machacó las previsiones sobre déficit de las cuentas públicas españolas, que rozará el cinco por ciento en 2022 y se mantendrá por encima del cuatro por ciento hasta al menos 2027. Y tampoco son buenas las previsiones sobre la deuda, que este año se situará en el 113,6 y seguirá por encima del 110 por ciento durante los próximos años.
La economía española se enfrenta en los próximos años no sólo a un drástico frenazo del crecimiento que –con la excepción de Calviño- el Gobierno no parece terminar de creerse. También tendrá que hacer frente a la presión inflacionista, la escalada del precio del dinero, la crisis energética, problemas de suministro y una presión fiscal que responde más a su presentación para consumo ideológico de los votantes de izquierda que a equilibrar las cuentas. La economía es también el mejor indicador de la situación social, cuando decimos que la economía sufre, quienes sufren son personas que pierden sus trabajos y sus ahorros, que pagan más por los bienes y servicios que consumen, que no pueden afrontar las subidas de hipoteca y pierden sus viviendas… personas a las que afecta la crisis y la incertidumbre. Y quienes peor lo pasan son siempre los que menos tienen. La política económica y social del Gobierno Sánchez no ha logrado reducir la brecha social que existe entre los que más tienen y los que menos. De hecho, esa brecha se agranda a velocidad de crucero.