El contrapunto del paraíso
Usoa Ibarra
Barcelona ha tenido que limitar el tamaño de los grupos de turistas que visitan su casco urbano. Lo ha hecho para permitir la convivencia en la zona, porque los residentes se sienten invadidos. Imaginen lo desesperante que es estar en casa intentando descansar y tener que escuchar como un taladro incansable la voz de un guía proyectada en un megáfono. Por eso, la turismofobia no es un rechazo a esta importante industria nacional, sino a los efectos colaterales de su descontrol.
Desde hace tiempo se vienen analizando nuevos modelos de turismo urbano, porque el bienestar de las urbes depende de ello. Hay ciudades que han asesinado sus cascos urbanos al convertirlos en escenarios de visita y no en un espacio de convivencia real.
En Arrecife sin embargo no hacemos ni ese esfuerzo de “turistificar” lo que tenemos más accesible y visible. Aquí la fórmula que se impone es la de vivir la inercia del turismo residual, el que aterriza en la capital no por voluntad propia sino por la obligación de una escala, porque son preferentemente cruceristas los que transitan la ciudad.
Aquí lo que “hay que ver” no es digno ni de anunciarse y por eso hay espacios que no tienen ni un cartel informativo que los identifique como visitables. De esta forma, los que nos visitan sufren una especie de “efecto túnel” que consiste en seguir el trazado de la avenida marítima hacia el Reducto o de seguir la circular del Charco. Tenemos una especie de turismo punto a punto que genera una falsa ilusión de que Arrecife también es turística.
Me gustaría saber cuántos turistas se han sorprendido con Arrecife, es decir, han podido apreciar algo diferente a lo que realmente se les vendió: el lugar más feo de la isla. Incluso, puede que muchos de ellos se introdujeran en una burbuja ideal si pasaron un buen día de marea llena en el Reducto, se tropezaron con algún concierto, o salieron de copas por las zonas más animadas. Sin embargo, ¿lo recomendarían?
El hecho turístico necesita de una facilidad en la movilidad que Arrecife no ofrece, porque si alguien se baja en la Estación de guaguas y quiere llegar al centro, posiblemente, acabe perdiéndose, si alguien entra a Arrecife por la carretera de San Bartolomé también se perdería, ergo, la ciudad no se puede conocer con facilidad y eso es un enorme hándicap.
En un futuro es probable que Arrecife deje de dar miedo o susto, y que lidere la moda de la búsqueda de lo auténtico, es decir, de esa idea de vivir como un local. Entonces, puede que se valore la ciudad por lo que es: un enclave multicultural (por ejemplo, de gran valor gastronómico), una ciudad con bastante agenda cultural, y donde practicar el terraceo.
De esta forma, los turistas no serán cautivos de un plan turístico o de un marketing específico, sino de una voluntad propia de participar de la otra cara de Lanzarote, esa en la que ni los políticos se quieren reflejar, porque les saca de su utopía, pero que también es necesario conocer, porque es el contrapunto del paraíso.