El chef de Pedro Sánchez
Francisco Pomares
Tezanos vuelve a hacerlo: su sondeo cocinado es el único que se atreve a presentar una subida del PSOE en plena marejada del ‘solo sí es sí’, la ley trans y el caso Mediador. Y no una subida moderada: si las elecciones se celebraran ya, el PSOE se colocarían –nos dice Tezanos- como fuerza política más votada del país, con cerca de un 33 por ciento del voto, casi cinco puntos por encima del PP, que bajaría dos puntos en relación a los resultados que ofreció el CIS hace tan sólo un mes.
Para que esos datos encajen, Tezanos tiene que sacar los votos socialistas de algún lado, y lo hace de Podemos, con lo que el resultado final tampoco es que sea especialmente halagüeño para la izquierda en su conjunto. Pero eso a Tezanos le da un poco igual, a él lo que le preocupa es que Sánchez salga bien en la foto, y a ese objetivo supedita absolutamente todos: su credibilidad personal, la del CIS o la de sus equipos. Incluso la constatación recurrente de una pifia tras otra cuando se recuentan los votos parece darle igual. Vive instalado en un castillo desde el que defiende una realidad que se parece a la realidad como un huevo se parece a una castaña. Es por eso por lo que el guiso de su imaginario electoral sale siempre tan original, tan distinto a todos los demás.
Hay quien se pregunta cómo lo hace: el secreto está en la salsa, como en la peli de Jon Avnet Tomates verdes fritos. Lo que hace Tezanos es esconder el cadáver de su fraude con un aliño que consiste en ponderar el voto estimado –no el voto directo- favoreciendo a la izquierda y no a la derecha, como se ha hecho en este país siempre, y como siguen haciendo el resto de las empresas que se dedican a esto de la demoscopia. Se preguntará el personal porque hay que estar con estos aliños y salseos, si no bastaría con hacer lo que en un momento Cantinflas nos prometió Tezanos que iba a hacer desde el CIS, ofrecer sólo los datos puros. Pues no, los sondeos hay que pasarlos por el cazo (con perdón) o la sartén, porque la gente no siempre contesta la verdad, oculta intencionadamente su voto o se refugia en el no sabe/no contesta.
Por eso, quienes se dedican a los pronósticos, combinan los resultados directos con distintas ponderaciones en base a recuerdo de voto, simpatía por un partido, segunda opción y otras preguntas claves. Tradicionalmente, en España, la gente ha tendido siempre a ocultar más su intención si esta es la de votar a la derecha. El votante de derechas es más reservado, le gusta preservar en la intimidad el sentido de su voto. El de izquierdas suele ser más dado a revelar lo que va a hacer, como si se sintiera más seguro o más satisfecho.
Tezanos rompió hace tiempo en el CIS la tradición de cocinar los sondeos contemplando esa variable, y actúa como si las cosas fueran al revés: su condimento a los datos mondos y lirondos de intención directa de voto consiste en aplicar correctivos favorables al partido que lo puso en el CIS y le paga los garbanzos y otras necesidades. Así lo que ocurre es que siempre gana el PSOE en los papeles, aunque luego en las elecciones se estampe. Es algo que viene ocurriendo desde que él llegó, y la duda es si al hacerlo engaña no sólo a los más incautos del país, o también se la cuela a Ferraz y Moncloa. Yo digo que no es posible que en Moncloa se les escape que el país que dibuja Tezanos en cada uno de sus barómetros es un país cada día más imaginario, hecho a medida del cesarismo de Sánchez, de su convicción de que la mejor manera de ganar es resistir, de su forma de entender la política como una sucesión de compromisos y excusas intercambiables.
En fin: que es difícil comprender porque Tezanos actúa como un chef tartufero, y más difícil aun ponerse en el pellejo de quien fue no hace tanto un profesor respetado, un sociólogo competente y un intelectual con pedigrí. Es difícil entender como una criatura amamantada en los amorosos pechos de Alfonso Guerra en la Fundación Sistema -que acabó dando matarile a su mentor y se quedó con su plaza de presidente de la Fundación Pablo Iglesias-, haya podido llegar a un punto en el que aceptó perderlo todo –prestigio, competencia, currículo- cuando Sánchez lo rescato de la Fundación para que convirtiera el más certero de los institutos demoscópicos españoles en un chiringuito de hacer paellas al gusto de su patrón.