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Del ‘caso Koldo’ en adelante…

 

Francisco Pomares

 

Parece que en el PSOE andan absolutamente consternados ante el persistente rumor de que el antaño todopoderoso y hoy apestado José Luis Ábalos vaya a tirar de la manta, cantar la traviata o hacerle un traje de madera a sus antiguos colegas. La decisión del Supremo de abrir causa al que fuera ministro y número dos del PSOE de Sánchez, tiene de los nervios al Gobierno y al partido.

 

Es lógico: Ábalos ha sido acusado de delitos que muchos votantes socialistas no perdonan. Y además, llueve sobre mojado. Las casposas astracanadas del ya olvidado Tito Berni se repiten en el relato de las andanzas de Ábalos. Veinte viajes pagados por el Ministerio a su novia, un chalet de lujo comprado por uno de los mosqueteros de Aldama, del que Ábalos aún no ha presentado ni un solo recibo de alquiler, una novieta colocada con sueldo y con piso gratis… la nuestra sigue siendo una sociedad que se rasga más las vestiduras cuando hay bragueteo por medio –que le pregunten a Errejón- que cuando la corrupción se sustancias en cosas como que el policía responsable de la lucha contra el blanqueo de dinero lo trinquen con veinte millones de euros del narcotráfico en billetes emparedados entre el dormitorio principal y el salón de su casa. Este país nuestro se parece a una peli mala de Netflix.

 

Y es que los que mandan dan el pego como parientes ricos de Torrente. La clase dirigente española padece una contumaz tendencia a superar a los guionistas más avezados. Sus historias son una mezcla de drama, cinismo y comedia de enredo. Pero la sociedad española ha perdido el sentido del humor, no parece estar ya para risas, ni por olvidar lo que sabe: que Sánchez se instaló en La Moncloa y cambió el colchón de la cama matrimonial de Rajoy (y lo contó en su libro, en el que también inmortalizó aquella frase suya tan afortunada que definía a Koldo como “ejemplo para la militancia socialista”), gracias a la censura contra el PP por corrupción. Sánchez, que siempre ha tenido un gran ojo clínico para seleccionar colaboradores, pidió a Ábalos que explicara lo importante que era acabar con la golfería, tanto que justificaba un acuerdo con Bildu y con Esquerra y Junts que resultaba entonces aún más difícil de entender que ahora, que ya nos hemos acostumbrado a lo que no puede ser.

 

Ábalos se entregó a la tarea de señalar a los corruptos: “no podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal” –dijo-, “no podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones”. “La decencia debe ser algo esencial, no accesorio”, añadió, antes de explicar que la censura era “para sacar de la política la corrupción y volver a hablar de lo que importa a la ciudadanía”. Estuvo sembrao, la verdad. Fue en 2018. Hace apenas seis años, aunque parezca que han pasado cuatro legislaturas. ¡¡Andá, si resulta que han pasado cuatro legislaturas en estos seis años!!

 

En esos seis laaaaarguísimos años, el relato contra la corrupción ha hecho aguas: la persecución de los corruptos como primer imperativo de un poder decente, ha sido sustituida por la lucha por controlar el Estado a todos los niveles, por los cambios de opinión de un día a otro –el mejor ejemplo es el indulto, no, la amnistía, no, el concierto fiscal con Cataluña- y por untarse con poxipol las posaderas para no dejar el sillón ni a tirones. Lo que faltaba era que a Sánchez le saliera un tito Berni en el sobaco, un Ábalos golondrino. Los argumentos que le han servido al PSOE para exigir a su ex segundo de a bordo que dejara el grupo socialista (porque tenía tan cerca a Koldo que no podía ignorar el bisneo que se traía con Aldama), sirven exactamente lo mismo para pedir a Sánchez que dimita por vergüenza torera. ¿O es que hay alguien que no esté en la pomada que pueda pensar que un tipo que parece tan listo (y presume de serlo) como Sánchez es más tonto que Ábalos? ¿Qué Sánchez se dejó engañar por su secretario de organización, igual que Ábalos se dejó engañar por el ejemplo para la militancia?

 

A lo largo de esta historia, nos hemos enterado ya de algunas mentiras y un chorro de contradicciones: lo de la foto con el gomina, corruptor principal del reino, lo de las visitas de Aldama a la mujer del hombre enamorado, lo de los encuentros fuera de agenda de Torres con un tipo al que no le ponía cara, pero con el que cerró el acuerdo que le había pedido Koldo que cerrara… ¿Todo eso puede taparse con un cortafuegos dispuesto a vengarse? Yo creo que no. Pero es verdad que este país nuestro de los 20 millones emparedados en la casa del zar policial contra el dinero negro, pues no para de sorprenderme. Será que soy de natural pesimista.

 

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