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De nuevo, factor Curbelo

  • Francisco Pomares
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    Los partidos suelen mantener sus intenciones sobre pactos postelectorales en el más ruidoso silencio. Lo razonable sería que las desvelaran antes de que uno les vote: así, quien prefiera un gobierno de izquierdas, de derechas, de nacionalistas o Frankenstein, sabe a qué atenerse cuando acerque su papeleta a la urna. Adelantar con quien se prefiere gobernar es una práctica tradicional en las democracias europeas, es la que es costumbre que los partidos no sumen mayorías fáciles y haya que recurrir a pactos. Aunque en todas partes cuecen habas y silencios: me imagino, por ejemplo, que los italianos que votaron a la xenófoba Liga de Salvini o al radical movimiento Cinque Stelle de Di Maio, se lo habrían mucho antes de votarles si alguien les hubiera advertido que la ultraderecha populista del Norte y la ultraizquierda populista del Sur pretendían repartirse el poder, como hicieron ahora hace justo cuatro años, en junio de 2018.

     

    Por eso, a mí me parece un acierto que los partidos expliquen antes de las elecciones los pactos que prefieren. Aunque sé que me voy a quedar con las ganas: por los motivos que sean, hace ya un par de meses que Torres ya no explica urbi et orbi lo encantado que estaría de reproducir el pacto de izquierdas, y eso me tiene sorprendido: ¿Será que aquél sondeo del PSOE que le daba 33 diputados en las próximas regionales al final estaba pasado de cocina?  ¿O será que los otros partidos más de izquierdas (Podemos, en cualquiera de sus futuras versiones) y menos de izquierdas (Nueva Canarias), no sólo no crecen sino que menguan? ¿O incluso podría ser que los votos del ubicuo y adaptable Curbelo sólo sumen si es con la derecha?

     

    En Canarias se va a producir tras las elecciones un fenómeno parlamentario chocante, que tiene que ver con la más que probable aparición de Vox y lo que va a significar en la vida política isleña: nadie querrá contar con Vox, que probablemente se mueva en una banda de cuatro a seis diputados en el próximo Parlamento. Los diputados que obtenga Vox serán menos diputados, por tanto, en la cuenta de la derecha. Por lo menos en la cuenta formal, porque lo que no va a hacer Vox es votar a favor de las izquierdas. Sus votos quizá no apoyen un gobierno entre Coalición y el PP, donde no se les quiera, o dónde ellos no quieran estar (a Vox puede hacérsele muy cuesta arriba votar a un Gobierno donde se incorporen nacionalistas, por muy constitucionalistas o blanditos que sean); pero lo que es seguro  es que los de Abascal votarán contra cualquier opción de Gobierno de izquierdas. Vox votará junto con el resto de las fuerzas de la derecha, cuando se trate de votar la investidura de Torres. Y si en Canarias es reproducen los resultados que se esperan en el conjunto de España -y eso es lo que suele ocurrir-, todo hace suponer que el voto de la derecha –Coalición, PP y Vox- va a sumar más que el de la izquierda, incluso en el caso de que Curbelo quisiera seguir apoyando a la izquierda. Las cuentas para una reedición del pacto floral no le salen a nadie. Aunque tampoco parece seguro que el pacto del PP y los nacionalistas sume más que el de la izquierda, si no cuenta con el apoyo de Curbelo. ¿Un poco lioso? Lo resumo: al final, Curbelo va a volver a decidir, aunque su margen de maniobra será más escaso, porque esta vez hay además otra opción, que es la que plantean hoy la mayoría de los socialistas, con la excepción beligerante de los de Tenerife: un acuerdo de los socialistas con Coalición. Ya lo ensayaron con José Miguel Pérez –funcionó bien- y con Patricia Hernández –funcionó muy mal y apenas duró año y medio-, pero estoy seguro de que es la opción que hoy baraja Torres como más viable.

     

    La paradoja es que tanto Coalición como el PP prefieren pactar dejando fuera al PSOE. Por eso es probable que quien decida vuelva a ser Curbelo: tendrá que elegir entre integrarse en un pacto de la derecha, o forzar un pacto entre el PSOE y Coalición, donde el PSOE le compense con más poder.

     

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