De la subida de tipos como señal
Francisco Pomares
El Banco Central Europeo anunció ayer otra subida de los tipos de interés, esta vez del 0,75 por ciento, en lo que es el mayor incremento del precio del dinero en la historia de la zona euro. La presidenta del Banco, Christine Laagarde, ha dejado claro que esta no será la última subida, y que el objetivo es frenar la inflación y situarla en dos puntos porcentuales, aunque para lograrlo se precise frenar el crecimiento europeo. La medida, esperada ya desde hace días, y anunciada cuando se produjo la primera subida del 0,5 por ciento, hace dos meses, implica despedirse durante un tiempo largo de los ocho años de expansión monetaria e intereses negativos del euro. La subida se produce en un momento en el que las autoridades económicas asumen que la recesión llegará a las grandes economías europeas entre finales de este año y los primeros meses del próximo, y será profunda y duradera si Putin decide interrumpir durante el invierno el suministro del gas ruso a las economías del continente.
La presidenta Laagarde ha anunciado que el Banco modificará los tipos tantas veces como resulte necesario y hasta donde haga falta, aunque no supo precisar dónde habrá que llegar. “No lo sé”, reconoció. El problema es que no lo sabe ni ella ni lo sabe nadie
Lo que sí se sabe es el impacto que esta decisión -y las que vengan detrás- va a tener en el enfriamiento de la economía europea. El Banco Central ha revisado las previsiones de crecimiento entre 2022 y 2024, pronosticando menos de un uno por ciento de PIB en 2003, y una inflación que bate records este año –será superior al 8 por ciento- y que sólo recuperará cifras aceptables -un 2,3- en 2024. Las previsiones son tan aterradoras como conservadoras: todo el mundo es consciente de que –aunque la subida de tipos persigue frenar la inflación- no frenarán la escalada de precios de la energía que ha ocasionado la guerra contra Ucrania, que es –de hecho- la principal causa del aumento de la inflación.
La medida del Banco Central provocará colateralmente situaciones complicadas: caída de las bolsas, encarecimiento de la deuda soberana y –en el terreno de la vida cotidiana de los europeos, nosotros entre ellos- nuevos y elevados incrementos del euríbor, y por tanto, de las hipotecas. Los especialistas ya han realizado cálculos que señalan que alguien con un préstamo hipotecario variable, de 200.000 euros, tendrá que pagar entre 150 y 160 euros más por cada cuota mensual. Pero el incremento del precio del dinero no sólo afectara a las hipotecas variables, también provocará que en el futuro haya que pagar más por las hipotecas fijas que se contraten a partir de ahora, y por los préstamos que precisan las empresas para financiarse y producir…
Hace dos semanas, el pasado 24 de agosto, el presidente Macron aseguró que el mundo se enfrenta al fin de la abundancia de bienes y recursos y de la despreocupación. Su reflexión fue más allá de los problemas que comporta la inflación y el parón al crecimiento: incorporó en el paquete de los miedos futuros el cambio climático, la incapacidad para sostener con recursos públicos el sobrecoste de la energía –Francia ha aplicado una política de topes y compensaciones al consumo de combustible similar a la española-, la escasez de materia primas y de agua, la interrupción del comercio internacional provocada por la pandemia, y las consecuencias para la estabilidad política y económica del continente de la guerra de Ucrania.
Francia no es un país dependiente del combustible ruso, que representa apenas el 17 por ciento del consumo de su sistema energético, pero Macron decidió iniciar el curso político francés abriendo un debate sobre la escasez y el final de la liquidez sin costo.
Para un país como España, que ha aumentado de forma desproporcionada su deuda pública, soporta una administración disfuncional y mastodóntica, ha contaminado de populismo en los últimos años su política fiscal y presupuestaria y está siendo incapaz de cumplir con sus compromisos de reforma del sistema de pensiones, las advertencias del optimista Macron y las decisiones del Banco Central dibujan un escenario entre terrorífico y apocalítico. En verdad, la única persona de Europa a la que la fortuna parece sonreír, es Camilla Parker Bowles.