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Ciudades que marcan

Usoa Ibarra

 

Intercambiaba impresiones hace unos días sobre el parecido de dos ciudades: Berlín y Bilbao. Mi interlocutor defendía que no había ciudad en la que habitara la utopía de la misma forma que en la ciudad alemana, y yo le explicaba que Bilbao pasó a la vanguardia por un museo, dotándola de una atmósfera muy dinámica y cultural. El diseño y la vanguardia se han hecho con ambas urbes y eso se percibe en los espacios públicos, en las tiendas, en las propuestas gastronómicas o en la forma de vestir. Podríamos decir que son dos ciudades escénicas donde pasan cosas. Lógicamente hablamos de un concepto muy abstracto que va ligado a una transformación económica que ha conllevado el reto de convertir un sistema urbano-industrial en algo competitivo-terciario. Bilbao y Berlín, ya no son las ciudades grises y feas de principios de los años 80, sino que tienen marca propia gracias a un plan estratégico que las ha hecho atractivas.

 

En ambos casos, la innovación cultural está detrás de ese carácter cosmopolita. La ciudad de Berlín fue nombrada por la UNESCO en 2005 “Ciudad del Diseño” y es la tercera ciudad turística europea. Por su parte, Bilbao no hubiera podido superar su condición de “partito feo” si no hubiera habido un liderazgo político, una implicación privada, y una conciencia colectiva por el cambio. Después de estos tres ingredientes habría que incorporar el marketing que ha colocado a Bilbao entre las ciudades más modernas de Europa. Pero, especialmente relevante es el planteamiento que se diseñó desde los poderes públicos para incorporar una nueva gestión de la propia ciudad. Ya no era prioritario la expansión de la ciudad, sino el fomento de la calidad de vida de sus habitantes, y la transformación que se estaba planteando debía hacerse desde el concierto público-privado.

 

De este modo, el marco institucional compartía protagonismo con los agentes económicos, alejándose del ego-partidismo, y convirtiéndose en pieza clave de un nuevo aire impulsor.

 

En este contexto de paz y unidad se atrajo a los inversores y se aplicó la innovación político-administrativa para generar participación ciudadana que ayudara a desactivar cualquier brote opositor. ¿Y cómo se creó valor añadido? Pues tanto Berlín como Bilbao optaron por la cultura como un vector esencial de su branding (marca-ciudad). Ese intangible se convirtió en un espejo de orgullo de sus habitantes al cubrir necesidades en ese ámbito, pero también atrajo nuevas actividades, nuevos usuarios-público y rentabilidad económica.

 

Y no se trató de una actividad cultural únicamente referida a crear imagen, sino que se convirtió en el eslabón que transmitía valores para la convivencia y en el vínculo emocional que necesitaban los residentes para sacar pecho y sentirse integrados en la comunidad. La cultura pasó así a ser un elemento que ayudó a consumir ciudad, y a aumentar el consumo interno. Bilbao y Berlín supieron fidelizar con sus habitantes y éstos a su vez se convirtieron en los mejores embajadores de ambos conjuntos urbanos. Socialmente se alimentó el orgullo de pertenencia a un contexto.

 

Una de las cosas positivas que en mi opinión tuvo el COVID-19 fue comprobar, cuando se nos permitió salir de casa, cómo los residentes en Arrecife tomaban las calles y se expandían por sus lugares más emblemáticos. Recuerdo haber pensado: si esto fuera habitualmente así, esta ciudad cambiaría para mejor en poco tiempo, porque habría más toma de conciencia colectiva sobre el espacio común y con ello más implicación ciudadana en su transformación. Es cierto que Arrecife ha hecho tímidos esfuerzos por crear su propia marca. Sin embargo, ese branding emocional, sigue sin calar lo suficiente para que la experiencia vivida trascienda a unos eventos o acciones muy puntuales.

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