Cáritas merece un titular a cuatro columnas
Gloria Artiles
Creo que no hemos sabido dimensionar el alcance y la enorme envergadura del centro que Cáritas realizará en la isla de Lanzarote, si Dios quiere y los políticos también, contribuyendo diligentemente con su parte comprometida de financiación para que salga a tiempo. Que se conozca, la iniciativa, destinada a la atención integral de los más vulnerables y desprotegidos, es el proyecto más complejo que en estos momentos tiene previsto la ONG católica no solo en toda Canarias, sino en la Península.
Por resumir mucho, y en palabras llanas para que se entienda, lo que se va a hacer en el barrio de Altavista es impresionante: un proyecto de 7.000 m2 que, además de lavandería, comedor social y punto de entrega y recogida de alimentos y ropa, el centro albergará una residencia de la tercera edad, aparte de un centro de día para aquellos mayores que puedan seguir viviendo en sus casas. Se construirán seis pisos completos (sí, viviendas con habitaciones, cocina, baños) que servirán para que los reclusos puedan tener un sitio donde vivir los días de permiso penitenciario, sus familias puedan alojarse cuando vengan a verlos o sirvan de alojamiento de emergencia para las familias desahuciadas por impago del alquiler o hipoteca. Contará con espacios de formación profesional para ayudar a encontrar trabajo a los parados con menos estudios y con un centro para personas sin hogar, donde podrán ducharse, comer y, ¡por fin!, también dormir bajo un techo. Todo eso, entre un largo etcétera que se me hace imposible detallar por el espacio de esta columna. Me consta que el arquitecto del proyecto, Martín Martín, se ha devanado los sesos en el que ha sido quizá el proyecto más complicado y satisfactorio de su vida haciendo suyas las directrices de la ONG, combinando funcionalidad y dignidad para los usuarios a partes iguales.
La ONG vino a presentar el proyecto más importante y completo que jamás haya tenido Lanzarote a mediados de febrero, pero pasó casi desapercibido (como generalmente hace Cáritas, en labor callada y silenciosa), lo que no quita que por parte de la prensa deberíamos haberle otorgado el lugar que le corresponde: noticia de portada a cuatro columnas. Ni en sueños las administraciones públicas se hubieran podido poner de acuerdo para redactar un proyecto con un beneficio social y humano de tal calibre.
Pero, claro, Cáritas no sabe vender sus obras, ni hace marketing, ni propaganda. Ni quiere hacerlo. No busca ni protagonismo. Es más, vaya toda mi admiración hacia las personas que forman parte de Cáritas y sus voluntarios, y hacia los que la financian con sus donaciones particulares. Pues la ONG sigue incansable lidiando a diario con las necesidades de los que más sufren, pese al clima de denostación generalizada ante la opinión pública al que se ve sometida la Iglesia Católica, la organización a la que pertenece. Un clima desfavorable que, en mi opinión, es fruto tanto de sus propios errores y evidentes contradicciones internas, como de las ganas que le tienen sus odiadores laicos en una sociedad que en su lucha contra la religión (solo contra la católica, eso sí), ha terminado perdiendo toda trascendencia.
Generalmente tengo la sensación de que muchas personas que me conocen no saben dónde ubicarme, pues ni los católicos me consideran que lo sea (ni voy a misa, ni me confieso, ni rezo a la virgen, ni creo en los dogmas de fe ni en infalibilidad del papa, y mucho de menos de este papa tan extrañamente anticatólico que tienen ahora), y los que no son católicos dudan y sospechan peyorativamente de mi posible pertenencia al catolicismo. Pero tengo que decir que yo no creo en Dios. Yo sé que existe. Y lo sé porque, tras proyectos como este de Cáritas, compruebo que es el amor verdadero al prójimo el que está moviendo todo el tinglado. Y a mí me enseñaron desde pequeña que Dios es Amor.