América First: gatillazo
Francisco Pomares
Hay guerras que se libran por la libertad, por el petróleo o por el Wi-Fi gratis. Y luego están las guerras arancelarias, que suele perder todo el mundo. En esta madre de las batallas que ha declarado el líder rubio a todo el mundo, Trump ha decidido subir solo al ring para venderse a su gente como si fuera Rocky Balboa… pero asumiendo acabar noqueado por su propio gancho de derecha. La cruzada de Trump por la supremacía económica empezó con el sutil encanto propio de un matón de recreo: subir aranceles a diestro y siniestro, castigar a quien no compre lo que él vende y agitar la bandera del America First como Santo Grial. El mensaje es sencillo: o compras made in USA, o te cierro el chiringuito. El problema es que convertir la política exterior en spaghetti western comporta riesgos: el chiringuito que puede cerrar huele a fritanga, camina hacia la quiebra y es el suyo.
A Trump eso parece darle igual: se plantó frente a las cámaras, flequillo al viento, pecho palomo, gorra colorada Maga y el dedo índice en posición de disparo. Anunció aranceles del 25 al acero y del 10 al aluminio. Para castigar a los malvados europeos que saquean la patria. Olvidó mencionar que el ‘saqueo’ consiste en vender lo que los estadounidenses necesitan para –ejem-, fabricar en México sus cosas. A partir de ahí, todo parece una película de vaqueros: yo le subo el arancel a los chinos, Pekín responde con represalias -adiós soja, adiós felices granjeros de Arkansas-, yo castigo a los coches europeos, Bruselas me encasqueta 23.000 millones en aranceles al Américan way of life, y yo respondo duplicando el impuesto de entrada al vino y al champán. Una pelea de bar entre borrachos que ya no recuerdan quién empezó la bronca. Y todos a jugar al mismo juego: Europa dice adiós al American Dream, versión duty free. Harta de aguantar el chaparrón trumpista, Bruselas se pone el traje de lentejuelas y anuncia represalias al burbon de Kentucky, las Harley-Davidson, los tejanos Levi’s y esa repugnante mantequilla de cacahuete que solo disfrutan en sitios como Nebraska: los productos del cinturón rojo del Great Old Party. Un arancel del 25 por ciento al güisqui americano, icono líquido de las noches de Sabina en bares de carretera. Otro igual a las Harley, esas motos que representan la versión USA de la libertad, y otro 25 a los vaqueros que usan los adolescentes que sueñan ser estrellas del TikTok. Tres disparos contra el corazón simbólico de América y la economía de los estados que votan Trump.
La respuesta: represalias severas a los productos de la agricultura francesa y a los coches alemanes. El problema de esta guerra contra los viejos aliados, no es que Trump siga cabreando al mundo, sino que el consumidor medio de los Estates va a pagar el pato. Cuando subes aranceles, se encarece lo que llega de fuera. Y cuando subes indiscriminadamente, encareces también lo que se produce en tu país. Quien paga menos ríe el último, compre en Walmart o en Mercadona. Si eres neoyorkino y fan del parmesano, la cerveza belga o quieres un coche que no consuma gasolina como un camión cisterna, te va a salir más caro. Si Europa encarece el bourbon, las Harley o los Levy, sufren el fabricante de Kentucky, el obrero de Milwaukee y los mejicanos y bangladesís que cosen los Levy acaban sin curro. Si los chinos dejan de comprar tu soja, el granjero de Iowa no llena el depósito de su furgoneta. La genial idea de Trump de liderar a los enemigos del comercio es un boomerang arancelario y vuelve cargado de facturas que no se pagan.
Ojo, la Casa Blanca no parece preocupada, en absoluto. Trump no reconoce jamás una derrota: su titular es “USA gana la guerra comercial”. Será, pero esta forma de ganar implica inflación, más ruina para los votantes agrarios y pagar el doble por un iphone con chips retratados en la aduana. El estadounidense de a pie va a descubrir que su cesta de la compra sube un dólar por cada siete, que los repuestos para su coche alemán obligan a hipotecar la casa en Detroit y que el bourbon barato sabe peor cuando tienes que bebértelo tú sólo y encima pagas el doble. La guerra comercial, no trae más fábricas, sino colas en el paro. La política internacional no es lo mismo que comprar suelo barato y edificios viejos o regatear en plan duro en el mercadillo.
La guerra arancelaria de este Potus es dispararse en el pie. Y después culpar al médico por no avisar de lo que iba a dolerte el balazo.
En fin, de América First a América paga First. Y más caro. Y encima, Putin se te vacila con el alto el fuego. A ver a quien le echas la culpa ahora…
Vaya semanita, Donald. Y aún faltan dos años para las midterms.