Agosto
Myriam Ybot
Se retira agosto sigiloso, tiñendo los días de nostalgia anticipada. Las últimas manos de crema protectora, los últimos castillos de arena y el sabor indefinible a despedida en la paella del restaurante playero.
Cada adiós estival desde aquel que marcó a toda una generación, escenificado por el juvenil reparto de “Verano azul”, tiene en su banda sonora las azucaradas voces del Dúo Dinámico, la memoria de los alfilerazos solares sobre la piel y una sensación de incertidumbre que no acertamos a deshilar.
Cuando agosto interpreta sus compases finales, los carteles anunciadores de las fiestas patronales amarillean y se desmigan en sus soportes y las terrazas y avenidas se van despoblando, en un proceso que nadie denomina “el litoral vaciado”. En España las vacaciones son (siguen siendo) de salitre y bronceador, de chapuzón, papas fritas aceitosas y un paseo de la mano a la caída de la tarde, ella con vestido de tirantes y sandalias metalizadas, él en bermudas y las zapatillas de estreno.
Menores y mayores, con empleo o sin él, propios y extraños, comparten la misma melodía de blues en el estómago que indica que se acerca septiembre, que más que un mes es un estado de ánimo. Reiniciamos la vida tras el lapso en pausa de la rutina y el ajetreo, en un comienzo más incisivo aún que el pasar la hoja del calendario, salpicada de cava, del 31 de diciembre al primero de enero.
El nuevo curso viene marcado por la expectación política derivada de las Elecciones generales del 23-J, fallidas en su intención de dirimir la voluntad general respecto a las manos que tomarán las riendas de lo público. Volverá el debate a las oficinas y a las barras de los bares, a los chats de whatsapp y a los almuerzos familiares con cuñado, alterando las previsiones del orden del día: el reparto de los pequeños obsequios y la exhibición de las galerías de fotos exóticas y viajeras de unos y otras, en sana y festiva competencia.
Mientras se aproxima la fecha fatal de la restauración del equipaje y el abandono definitivo de hoteles, apartamentos, casas rurales y pisos prestados, aumenta la ansiedad por acumular momentos, selfies, souvenirs, experiencias gastronómicas, que servirán para alimentar nuestros recuerdos durante los próximos 365 días.
Desleído el espejismo del dolce far niente, que durante unos días nos hizo sentir navegantes del privilegio y la fortuna, toca atracar en la abstrusa realidad del conticinio horadado por el despertador, del marengo sobre el azul y el plato de lentejas.
Volveremos a las ofertas del super, a las actividades extraescolares y a la dieta postvacacional, con el cinturón apretado y la mirada puesta ya en un nuevo sueño intocado, a la espera de ser desenvuelto con ánimo alegre y subidón emocional: el regalo del próximo mes de agosto.