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Adiós, Cataluña

Por Miguel Ángel de León

 

 

Después de Canarias, la región española que más y mejor conozco es Cataluña. Por unos motivos u otros he vivido, o sobrevivido, en todas sus cuatro provincias durante un tiempo lo suficientemente prolongado como para hacerme una idea de por dónde respira su paisaje y su paisanaje. En Barcelona he vacado, esencialmente, pero también ejercí de “negro” en el antiguo centro territorial de TVE en Cataluña, cuando la televisión que se hacía allí no era tan endogámica y sectaria como la actual. Todavía hoy sigo viajando cada vez que puedo (la última vez, este mismo año), aunque sólo sea para ver al Barça y lo poco que va quedando del zoo, que no ha vuelto a ser el que fue en la época de Copito de Nieve, que me miraba siempre muy mal… como a todo el mundo, desde que el gorila albino enfermó gravemente. En Gerona/Girona hice de voluntario a la fuerza en la gloriosa Octava Compañía del CIR (la más dura pero la más premiada, porque a la fuerza ahorcan). En Lérida/Lleida he servido (es un decir) en el Cuerpo de Artillería del Ejército y he vegetado en las desaparecidas oficinas del Gobierno Militar de esa provincia, en calidad de “escribiente” de un Coronel de la Legión, un Capitán de Artillería y otros suboficiales, todos ellos mutilados de guerra por la Patria (aquello era un cuadro, y no los que cuelgan en El Prado… no digamos ya en el Castillo de San José).

 

Rectifico sobre la marcha la primera línea del primer párrafo: “Después de Canarias, Cataluña es la región española que más… conocía”. Hoy es irreconocible. El estúpido nacionalismo (con perdón por la redundancia), y el servilismo de la totalidad de los medios de comunicación sobrealimentados por el estulto Gobierno suicida, han trocado la que era la más vanguardista ciudad de España en la más retrógrada. Hoy es imposible leer un periódico catalán sin que se te caiga de las manos, salvo que seas militante o militonto de esa “manía de primates”, como llamó Jorge Luis Borges al nacionalismo que “tienta a los hombres con el oro y el poder, con la hermosa aventura y con la abnegada devoción. Tiene un calendario de verdugos, pero también de mártires. El nacionalismo sólo permite afirmaciones, y toda doctrina que descarte la duda, la negación, es una forma de fanatismo y estupidez. Una afección delincuente”. Borges se quedó ciego, pero tenía más vista que muchos que muchos que van de linces y no ven nada más allá de sus respectivas narices u ombligos. No es posible ser nacionalista si no se tiene una visión paranoica de la realidad. El loco siempre se cree más inteligente que el cuerdo, como es triste fama. El nacionalismo necesita fabricar enemigos externos y amenazas primarias para mantener la cohesión. De ahí la manía persecutoria de Hitler contra los judíos, por poner sólo uno de los más sangrientos ejemplos.

 

“El que no se sienta nacionalista no tiene derecho a vivir”. Lo dijo años atrás, tal cual (las hemerotecas no me dejarán por mentiroso), un tal Xabier Maqueda, senador del PNV. O sea, un nacionalista moderado, según se definen ellos mismos, aunque tamaña pretensión es un imposible, “contradictio in terminis”: ser nacionalista moderado es tanto como estar sólo un poquito embarazada, un suponer. Un ilustre paisano del mencionado Maqueda dejó dicho, con muchísima más altura intelectual que el orador orate, que “amo demasiado a mi país (vasco) como para ser nacionalista”. Y otro vasco no menos ilustre e ilustrado, el valiente filósofo Fernando Savater, tiene muy bien escrito que “el orgullo de los que se vanaglorian de nacer en un lugar es un mérito que comparten con muchos caracoles y varias clases de hongos”. Al respecto de aquella burrada o rebuzno del senador peneuvista, el que mejor la analizó en su momento fue el columnista David Torres, en El Mundo: “es sin duda la más terrible que se haya pronunciado jamás en Europa. Ni Hitler ni Stalin se atrevieron nunca a decir semejante salvajada, al menos en voz alta. Por mucho menos que eso, en Austria hay gente calentando el camastro de una cárcel. Queda demostrado que la raíz cuadrada de N, en PNV, es nazi. Como no hay forma humana de entender que semejante afirmación haya brotado de la boca de un senador (un senador, nada menos, prefigurando un futuro asesino de masas), mejor pensar que se trata de un mutante”. Pues con estos bueyes siguen arando en la irreconocible Cataluña actual. Para que después llamen exagerado al filósofo Gabriel Albiac cuando escribe que él no conoce a nadie más tonto que un nacionalista. Ni más peligroso, visto lo visto.

 

Es palabra de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura y ahora famoso por estar de boca en boca por causas extraliterarias: “El nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo, que hace de la pertenencia a una abstracción colectiva –la nación- el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo”. Poco antes de su muerte, el escritor vasco Ramiro Pinilla, afirmaba en una entrevista que “el nacionalismo es una fe que cierra las puertas a la razón. El nacionalista vive en una contradicción y es insolidario”. Que se lo pregunten ahora mismo a los que en Cataluña llaman charnegos, o a los propios catalanes “de pura cepa” que no comparten la paranoia nacionalista que están padeciendo en carne propia desde hace años en su tierra.

 

¿Conocen esa especie de pájaros que mientras vuelan van mirando todo el rato hacia atrás? Lo cuenta también Borges. “Mantener las tradiciones”, como llaman al mismo vuelo errado por aquí abajo los nacionalistas. Menudos pájaros… de cuenta.

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