OPINIÓN | El decálogo
LA CHINA EN EL ZAPATO.
Por José Ignacio Sánchez Rubio, abogado y economista (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)
Observando cómo van nuestro país y nuestras gentes, me ha venido a la memoria aquella canción que seguro que recuerdan, que empezaba “tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor; y el que tenga estas tres cosas, que le de gracias a Dios”.
Y aunque son muchos los que opinan que el dinero no hace la felicidad, no es menos cierto que la mayoría de nosotros prefiere tenerlo. Esto lo traigo a colación porque últimamente, se está polemizando mucho acerca de si somos un país pobre o un país rico; y sobre ello les voy a invitar a reflexionar.
Antes de nada, estarán ustedes de acuerdo en que lo que diferencia a un país pobre de uno rico, no es otra cosa que el nivel de vida medio que tienen sus ciudadanos. Y yo (y seguro que muchos de ustedes) me pregunto con frecuencia a qué se debe el que un país sea rico o pobre. Y para buscar la respuesta, se me ha ocurrido buscar las causas por las que un país es rico o pobre.
La primera razón plausible es su antigüedad, porque si un país es muy antiguo, ha tenido más tiempo para enriquecerse. Pero este motivo no puede prosperar si miramos el globo terráqueo; los países más antiguos como Egipto o India, son pobres mientras que países que ni siquiera se conocían hace 150 años, como Australia o Nueva Zelanda, son ricos.
Descartado ese primer motivo, se me ocurrió pensar en los recursos naturales, pero tampoco esta parece ser la razón esencial de la riqueza de un país. Si nos fijamos en el Japón, que es la segunda potencia económica mundial, veremos que es un país muy pequeño, prácticamente sin recursos naturales, con una tierra que no sirve para la agricultura ni la ganadería, pero que compra todas las materias primas que utiliza, las transforma y vende los productos en todo el mundo, acumulando riquezas.
Otro caso a observar es el de Suiza, un pequeño país en el que se produce la mayor cantidad de excelente chocolate del mundo, sin producir cacao, o donde se crían y explotan buena cantidad de ovejas y vacas, que producen las mejores leches del globo, cuando se encuentra cubierto por la nieve tres cuartas partes del año y que, además, se ha convertido en la “caja fuerte” mundial, por su seriedad. Sin embargo, y a título de ejemplo, Venezuela y Botswana producen una gran cantidad de petróleo y diamantes, respectivamente, y son países pobres.
¿Será entonces la inteligencia de sus gentes, lo que hace rico a un país?. Tampoco la respuesta puede ser afirmativa, si comprobamos que la gente inteligente de los países pobres, no se mantiene en ellos y emigra para estudiar en países ricos, donde sí se les aprecia. Y cuando nos visitan altos ejecutivos de países ricos, vemos que no son mas inteligentes que nosotros.
Y si ninguna de estas parece ser la razón de la riqueza de un país, ¿podría ser la raza el motivo que andamos buscando?. Pues tampoco debe ser este, si consideramos que en los países centro-europeos o nórdicos, o en el propio Estados Unidos, la mayor parte de la fuerza productiva la tienen latinos y africanos, que son los que producen la riqueza.
Al final, he considerado que son muchas las condiciones y que, en los países ricos se cumplen en su mayoría, a la inversa de lo que sucede en los países pobres. Todas estas reglas se pueden incardinar en el siguiente decálogo: 1) La ética como principio básico. 2) El orden y la limpieza. 3) La integridad. 4) La puntualidad. 5) La responsabilidad. 6) El deseo de superación. 7) El respeto a las leyes. 8) El respeto a los derechos de los demás. 9) El amor al trabajo y 10) El esfuerzo por la economía y acometimiento.
Como digo, en los países ricos resulta generalizado el cumplimiento de estas reglas, mientras que en los pobres apenas se respetan. Y el corolario es que no somos pobres porque no tengamos recursos naturales, o debido a nuestra raza o inteligencia; si somos pobres es porque no respetamos ese decálogo.
Por el contrario, son mayoría los que esperan que sean los políticos los que nos solucionen nuestros problemas y, siendo así, no tienen más que mirar a su alrededor, para darse cuenta de cuál será el resultado.
(Este artículo ha estado inspirado en un correo electrónico que me envió un buen amigo. Si ustedes quieren que se lo haga llegar, no tienen más que pedírmelo a la dirección que aparece en esta página)