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Editorial: Soplar y sorber, el dilema imposible

 

  • Lancelot Digital
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    Lanzarote está inmersa desde hace años en el debate del crecimiento. Es un asunto recurrente que, curiosamente, se enciende cuando el éxito comienza a generar problemas nuevos y tensiones que terminan por cuestionar, e incluso amenazar, el propio modelo que ha permitido progresar a una sociedad inimaginable por nuestros abuelos. En este caso, nos referimos, obviamente, al éxito del Turismo como actividad fundamental para nuestra existencia hoy.

     

    Sin duda son muchos los factores que provocan esa peligrosa desafectación paulatina al sector turístico. Desde la masificación de nuestros lugares naturales de interés, como son los Centros Turísticos del Cabildo, al disfrute de las playas en épocas señaladas, pasando por la peligrosidad de nuestra red viaria, cargada de coches como nunca.

     

    La realidad es la contradicción en la que hemos entrado, en una especie de círculo virtuoso que comienza a deteriorarse por su propio éxito y del que resulta ahora muy difícil salir indemne. Dicen algunos que la evolución histórica demuestra que los crecimientos se frenan o aceleran en una especie de dinámica de ciclos. Y es cierto, mientras hoy nos “sobran" turistas (sobre todo aquellos que no sean alto poder adquisitivo, dispuestos a gastar 300 euros al día), mañana podemos estar lanzando plegarias al cielo para que vengan los que hoy nos disgustan, cómo nuestros antepasados agricultores clamaban para que llovieran y se salvara una cosecha, de la que dependía de que hubiera hambruna o no.

     

    Lo que parece claro es que hay un cambio de paradigma. Lo que valía en los años 80 y 90 en Canarias, y en islas pequeñas y altamente entropizadas, como Lanzarote, conceptos en los que la mayoría participábamos, ya no sirven. Ya no resuelven nuestras inquietudes, ni las contradicciones en las que ha entrado Lanzarote. Una isla que ha de afrontar una serie de desafíos que difícilmente se asumen con ruido, sectarismo político y posturas radicales. Por el contrario, se necesitan ideas audaces y ambiciosas, a la vez, que permitan repensar un modelo de tanto éxito que ha permitido a una gran parte de los lanzaroteños (por cierto, un concepto cada vez más tenue) conformar una clase media y media-alta y disfrutar de una calidad de vida que empiezan a perder.

     

    ¿Cómo parar una rueda que gira sin que se caiga? Esa es la pregunta del millón, una incógnita a despejar de resultados imprevisibles. Habrá que acudir al escenario del ensayo a base de prueba y error. Probar medidas realistas que legalmente permitan mejorar nuestras ratios de calidad de vida y sostenibilidad económica. No va a ser fácil. Los experimentos que ya ha sufrido la isla, algunos con buenas intenciones, no sólo no han servido para solucionar los problemas, sino que han conseguido complicarlos propiciando el ‘guerracivilismo’, la impostura y la sobreactuación política.

     

    El debate del crecimiento y del territorio nunca ha dejado de estar presente en Lanzarote.  Ahora algunos van con gasolina al incendio, lo peor para la isla que no necesita más jaleos sino ideas brillantes y generosas. Y, por cierto, se agradece la preocupación de todas aquellas personas que han llegado en las últimas décadas a denunciar que Lanzarote ya nada tiene que ver con la que ellos se encontraron. Que sepan que son parte del problema. Aquello de que el último cierre la puerta, no vale.

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